No es por falta de ganas,
que mis manos tiemblan sobre el teclado,
que mis dedos escriben tu nombre en el aire
y lo borran enseguida con un suspiro.
No es cobardía, tampoco.
Es esta herida vieja
que sangra cada vez que imagino
el sonido de tu voz diciendo:
"ya no me busques".
Tengo miedo de romper lo poco que queda,
de pisar los restos del amor
como quien cruza sobre cristales rotos
sin saber si los tuyos ya cicatrizaron
o si mis pasos abrirán de nuevo tus heridas.
Y no quiero.
No quiero hacerte daño,
si acaso ya has sanado,
si ahora vives en paz
entre las cosas simples
que algún día soñamos tener.
Pero, ¡ay!, cuánto quisiera decirte…
que he escrito cartas que nunca llegaron,
poemas escondidos bajo la almohada,
una novela donde tu nombre
es cada capítulo que aún me duele.
Quisiera decirte
que extraño tu labial rojo,
ese que dejaba marcas en los vasos
y en mi memoria.
Tu lunar,
tan pequeño y tan eterno,
como si el universo hubiese dejado en tu piel
una estrella solo para mí.
Tu sonrisa,
que aún hoy me visita en sueños
como el eco de una canción que ya no sé cantar.
No sé qué hacer, de verdad te lo digo.
Son años los que han pasado,
años en los que he deseado
que fueras feliz…
lejos de mí.
Y esos mismos años
han sido mi condena,
porque lejos de ti
yo no supe vivir.
Así que aquí estoy,
a medio camino entre el amor y el silencio,
con el alma hecha nudo
y la duda latiendo fuerte:
¿debo buscarte?
Porque si aún queda algo…
aunque sea un suspiro,
una palabra,
una grieta por donde se cuele la esperanza…
yo iría.
Iría sin escudo,
sin promesas,
sin reclamos.
Solo con el amor desnudo
que jamás dejó de ser tuyo
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