LA TIENDA DE MINIATURAS
"Peter y Lorraine miraban extasiados la casita de madera que estaban tras el pequeño escaparate de cristal de Christie's, que regentaba el señor Christie en el centro mismo de la Wellington Road, frente al monumento a los voluntarios caídos en la II Guerra mundial.
La nariz pecosa de Lorraine estaba distendida, y la boca de delicados labios rosados de Peter estaba semiabierta. Sus cabezas, apenas se veían, tras sendas carteras de piel marrón. agachadas frente a la bella casita de tejas rojas y chimenea de ladrillos que parecía ser real, exactamente como las lindas casas que quedaban en los alrededores de la parte comercial de Brokenhurt. Sus asombrados ojos azul marino, bajo los respectivos cabellos de un rubio pajizo, pasaban de las ventanas del piso superior al sendero de baldosas amarillas que terminaba en la puerta de entrada de la casita. Los deditos señalaban uno u otro elemento cuidadosamente elaborado en aquella pequeña obra maestra artesanal.
El señor Christie se acercó por detrás de los muchachos casi imperceptiblemente. Lorraine vio su reflejo en el cristal.
—¿Os gusta, verdad? —Ambos niños se volvieron. La cara rojiza del señor Christie sonreía benevolentemente.
—¿Cuánto cuesta? —preguntó Peter?
—¡Ja,ja,ja! —rió el señor Christie— No tiene precio; es como las flores del bosque: están ahí para que las mariposas las disfruten.
—¡Ah! —exclamó con cara de pena, Lorraine.
—Si se vendiera, sólo la podríais gozar vosotros y las demás personas estarían privadas de regocijarse contemplándola. La casita es para que cualquiera que la quiera la pueda poseer en su cabeza... —el viejo señor señaló con su arrugado dedo índice la frente; después lo condujo al pecho— y en el corazón. Es para aprender las cosas verdaderas: no todas esas cosas tan pesadas e inútiles para la vida real que os enseñan en la escuela de miss Halifax.
Los niños miraban de hito en hito a la bondadosa cara del señor Christie. Lo cierto es que no alcanzaban a comprender lo que el anciano decía, pero se quedaron pensando.
—¿Os apetece ver también mi granja?
Los niños se miraron un momento entre sí. Las cabecitas asintieron y dibujaron unas inocentes y puras sonrisas. Míster Christie abrió la puerta y los dos escolares entraron alegremente en la tienda, en cuyo artístico cartel de hierro oxidado se leía: "Christie's Antiques".
La tienda estaba muy poco iluminada y olía a polvo y humedad. El señor Christie los condujo a una estancia grande, sobre cuya larga mesa de madera carcomida había una granja en miniatura, tan cuidadosamente elaborada como la casita de tejas negras del aparador exterior. Los niños se maravillaron y prorrumpieron en grititos admirados.
—Mirad bien; pero no podéis tocar advirtió el viejo.
La maqueta estaba tan bien construida que junto a la granja había un molino, gallinas, un puente, una cobertizo con una ternera y su madre, un cisne en un diminuto estanque brillante, gallinas con un altanero gallo de cresta roja y enhiesta, corderos, un par de cuervos sobre el tejado de piedras rojizas, un granero, bálagos y dos arbolillos anejos.
—¡Oh, qué maravilla! —grito Lorraine.
—¡Mira! —repuso Peter señalando una campana de cristal, dentro de la cual se veía una escena campestre junto a la ribera de un rio. Los ojos de ambos muchachos descubrieron al mismo tiempo dos figurillas: un hada vestida de verde esmeralda y un brujo, con luenga barba blanca y una larga capa negra con lentejuelas. El brujo posaba su mirada sobre la bella hada, que tenía ambas manos abiertas hacia él.
El anciano inclinó la cabeza hacia los niños y preguntó:
—¿Os gustaría poder visitar ese lugar?
Los niños abrieron los ojos:
—Sí —profirieron ambos alborozados.
El anciano con los ojos brillantes dijo:
—Está bien... Cerrad los ojos un momento. Abrirlos cuando yo diga «Ad Gun Khal» —Los pequeños asintieron con la cabeza.
El señor Christie pronunció un conjuro en antigua lengua celta, un viejo sortilegio ya desconocido. Y acto seguido extendió su brazo señalando hacia la campana de vidrio.
—«Ad Gun Khal» —dijo con voz tonante el anciano.
Transcurridos unos segundos, Lorraine y Peter abrieron los ojos. Maravillados vieron en tamaño natural el río, los abedules junto a la ribera del río... Podían escuchar el canto de los pajarillos; percibían el olor de los helechos y el musgo, y sentían la brisa aromática de las flores.
El hada sonrió y se acercó a ellos, mientras el mago permaneció quieto observando a los extraños recién llegados.
Boquiabiertos, los niños miraban a su alrededor, pareciéndoles imposible estar allí. Peter tiró de la manga a Lorraine y le dijo:
—¿Cómo podemos estar aquí?
Peter tragó saliva y le indicó hacia el cielo. La tienda del viejo parecía ahora tan inmensa que unas cercanas tijeras tenían el tamaño de una montaña. La ventana ocupaba una extensión imposible de definir. Lorraine emitió un chillido agudo y largo. El hada se taponó los oídos y el mago frunció la frente hasta llenársele de arrugas.
—¡Somos diminutos, diantre! —dijo Peter.
Entonces los dos, con un nudo en la garganta, comenzaron a llorar. Lorraine miró al hada y entre sollozos dijo:
—¡Queremos salir! ¡Queremos regresar a casa!
El mago fue hasta ellos y dijo:
—No me es posible deshacer un hechizo de otro mago.
—¿El señor Christie es un mago?
—El mejor —aseguró el hada.
Lorraine de deshizo en lágrimas.
—Espera —intervino el hada—. Hay una forma... —Miró al mago, que asintió acariciándose la larga barba blanca—. Yo sé la fórmula del encantamiento. Ahora bien, en estos lugares siempre tiene que haber un hada y un mago. Nosotros somos ya mayores y necesitamos quién ocupe nuestro lugar, cuando ya no estemos. ¿Hacéis solemne promesa de ser nuestros sustitutos cuando llegue el momento? ¿Prometéis venir a la tienda tres horas cada semana y ser nuestros alumnos, hasta que alcancéis el grado de maestría en artes mágicas?
Peter y Lorraine, una vez sus sorprendidos ojos dejaron de iluminarse y sus boquitas dejaron de sonreír, respondieron a la vez.
Entonces, el hada y el mago se cogieron de las manos, su mirada se hizo profunda, y pronunciaron el hechizo que volvería atrás el del señor Christie:
—«Khalad Gun Khal»
Un vapor aromático de extensión en todo el interior de la campana de cristal y el suelo tembló ligeramente. Al instante, Peter, Lorraine, el mago y el hada se encontraron en el exterior, en la sala de la tienda del señor Christie y el cristal de la campana estaba completamente transformado en brillantes puntos multicolores iluminando toda la estancia."
*****
Así es como mi abuela me relató el cuento de la tienda de las miniaturas cuando era pequeña, y me la contó decenas de veces en las noches de invierno, junto a la chimenea del hogar. Lo que nunca me contó es por qué, en un viejísimo baúl en el sótano de la casa, había tres gruesos libros de encantamientos que nunca conseguí abrir.
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