LOS TRES MONOS (2)

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                LOS TRES MONOS (2)


   Las vacaciones se acabaron, aunque el calor salitroso de Barcelona seguía. El horizonte de la vuelta a clases de aproximaba día a día.

"El cosmopolita", "Fabiola" y "Mamba" (lamentablemente falta algún título, hoy invisibilizado por las brumas de la memoria) descansaban, con alguna mancha de humedad y el olor a papel amarillento y desgastado, en el estante de mi escritorio infantil. "Fabiola" me pareció una historia del cariz de las fábulas cristianas del colegio religioso de la Travessera de Les Corts en que fue confinada mi niñez. "El cosmopolita" me instruyó en los oscuros manejos gansteriles de la sociedad estadounidense, con su prosa cínica; en "Mamba" descubrí el primer efecto de la sensualidad y el erotismo en mi joven e inexperta mente y su temprana y desconocida respuesta corporal. Recuerdo las decenas de veces que me sumergí en el despertar libidinoso del capítulo en que la bella mujer negra participa en la sesión de vudú, y se desnuda completamente, de manera muy particular la prenda íntima inferior, a la exigencia del brujo tribal...

Pero no sólo hice míos aquellos libros, sino que me traje a casa algo que guardaba relación directa con una precoz lectura del exotismo cultural japonés: una talla incompleta de los tres monos sagrados con sus consejos morales: «No ver, no oír, no hablar», personificados en Mizaru, Kikazaru e Iwazaru (algunas representaciones posteriores hablan de un cuarto primate, que tuve la fortuna de desconocer) y que advierte también contra el placer sexual.

La pequeña representación de sabios consejos, hecha en bronce, descansaba sobre una base redonda, de brillante madera de color castaño oscuro, tallada imitando un altar de dos escalones, que se cuando me proclame su dueño estaba cubierta por una campana de cristal con el fin de proteger la estatuilla. Ignoro si la campana se rompió accidentalmente, quizá en las tareas de limpieza que hacía mi madre, o de otra forma, pero pronto las figurillas quedaron a la intemperie. Pero había algo más que proyectaba sobre la representación un halo de misterio.

Los tres minutos, que estaban en posición sentada, con las piernas cruzadas en postura del loto y soldadas entre sí, habían sido "castrados".

En la parte genital, donde tenían que verse sus miembros sexuales había tres toscos agujeros practicados manual e improvisadamente. Esa mutilación llamaba instantáneamente la atención del observador y le llenaba de un profundo malestar e inquietud por lo que suponía de ciega censura erostrática (hoy diríamos talibana). Una demostración de barbarismo cultural occidental.

La artística figurilla me acompañó desde la casa de mis padres a las que fueron mi domicilio, de mudanza en mudanza, hasta que otro misterio vino a sumarse a los dos primeros (la desaparición de la campana protectora de cristal y la identidad del o los autores de la moralista castración de la triple representación de la fábula metafórica).

Un día me percaté de que mis tres monos no aparecían por ningún lado de la casa; en ninguna habitación, en ninguna estantería. Fui incapaz de recordar desde cuando no veía la triple figurilla ni, con completa seguridad, que lugar ocupaba en las estancias de mi último piso propio.

En cualquier caso, espero que se encuentre en algún lugar donde aprecien su valor intrínseco y la enseñanza de las mezquindades que son capaces de materializar de los moralistas.

Aclaración:

Esa estatuilla jamás condicionó mi visión del mundo. Nunca consideré que fuera representación de la actitud de honradez y honestidad que debe caracterizar el comportamiento social del ser humano; tampoco que hubiera que aceptar ese modo de comportamiento en relación a la justicia y la verdad.

De una forma irónica, pues, aquella grosera mutilación sexual es la continuación de la mutilación de las propiedades humanas más excelsas que legar al futuro y al progreso humanos: ver, oír, hablar... 

y, por fortuna, al no formar parte de la triada, el cuarto mono no sufrió la directa castración de su humanidad sexual; porque en ese caso ¿también habrían cortado sus manos posicionadas en los metálicos genitales?



                      (Historias de la calle Córcega)

(para M. G.)


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