Descubro por qué a mi amigo le dicen EL CABALLO

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Hace unos años los chicos del barrio comenzaron a llamar "Caballo" a uno de ellos, el apodo se volvió tan popular que todos comenzamos a usarlo. Él siempre ha sido alto, así que asumí que era por su estatura. El caballo y yo éramos vecinos y prácticamente crecimos juntos, fuimos amigos, pero luego de la secundaria se fue a cumplir su sueño de ser militar y no nos volvimos a ver.

Pasaron varios años, con mi trabajo compré una casa en el mismo barrio y vivo sola. Un domingo en la mañana tocaron mi puerta y era el caballo. Lo invité a pasar, lo abracé con mucho cariño y di un paso atrás porque me impresionó. Dejamos de hablar cuando teníamos 18 y no recordaba lo alto y fornido que era.

Nos sentamos en mi sofá, me contó que iba a pasar unos días con sus padres, ellos le contaron donde estaba viviendo y quiso visitarme. Se notaba nervioso desviando la vista por instantes, caí en cuenta que sólo tenía puesta una bata, sin nada debajo. Su mirada inevitablemente iba a mis piernas o mi pecho antes de observar el piso u otra cosa para disimular.

También me puse nerviosa, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Él y yo siempre tuvimos química, estábamos a punto de besarnos y para cambiar el tema le pregunté por su apodo. Él se sonrojo y dijo "Fue culpa de un accidente, algo vergonzoso".

No entendí como un accidente puede darle ese apodo así que insistí y me contó: "Una vez en la piscina uno de los chicos bajó mis pantalones, no cargaba nada debajo y dijeron que mi... Eso... Colgaba como el de un caballo. Ellos empezaron a llamarme así, luego la gente también me llamaba así y así me quedé".

Comenté casi tartamudeando "Ya veo, o sea no he visto pero entiendo, eh, disculpa". Ambos reímos, seguimos hablando, pero el nerviosismo y la curiosidad no me permitían concentrarme así que tuve que preguntar cuánto le medía. Él, orgulloso dijo "24 centímetros, puedes comprobarlo si quieres". Esa frase derrumbó los nervios, mordí mis labios, me puse de pie, tomé su mano y dije "Vamos a mi habitación, para comprobar".

Al entrar en la habitación ya no debía disimular nada, abrí mi bata y él quedó hipnotizado por mis senos. Comenzamos a besarnos sin decir nada más. Sus manos apretaban y masajeaban mis tetas mientras yo deslizaba una de mis manos dentro de sus pantalones. Con la punta de mis dedos sintiendo la tela de sus bóxers recorrí su duro y grueso miembro.

Caballo detuvo el beso, me senté en la cama admirando su estatura y queriendo desnudarlo, pero él se arrodilló frente a mí, besó mi seno derecho, luego el izquierdo, solo sus labios me tocaban y luego su lengua, ¡oh su lengua!, rodeaba mis pezones en húmedas lamidas, sus labios se cerraban para halar en un movimiento de succión. Luego fue bajando entre besos y lamidas por todo mi abdomen y pelvis hasta mi mojada y hambrienta vagina y comenzó a besarla.

Sentir su respiración justo ahí hizo que un escalofrío me recorriera. Tomó mis piernas pasándolas en sus hombros y luego su lengua estaba nuevamente sobre mí. La primera lamida fue lenta, explorando, saboreando. Mis caderas se movían inconscientemente al contacto. Su lengua encontró mi clítoris, lo rodeó y chupó gentilmente. Paciente y concentrado siguió en su labor hasta meter sus dedos que se movían al mismo ritmo que su lengua.

Mis piernas temblaron, un gemido largo me dejó sin aliento y sucedió, todo mi cuerpo sintió como un orgasmo desembocaba en mi entrepierna. Colapsé en mi cama, algo mareada, tratando de recuperar mi respiración. Él me volteó y comenzó a lamer entre mis nalgas y sentí su lengua humedeciendo mi ano. Nunca nadie me había lamido ahí, era increíble, único. Él besaba mis glúteos, los acariciaba como se acaricia a un cachorro indefenso y sin avisar introdujo su pulgar en las profundidades de mi cavidad anal. Jugó un par de minutos mientras yo veía estrellas frente a mí, tuve que concentrarme y pedirle que parara, necesitaba su pene, necesitaba comprobar su apodo.

Me senté en la orilla de la cama, estaba sudada y sonrojada, abrí su pantalón y lo ví por primera vez. Me congelé por un segundo al ver lo que emergió, largo, grueso, pesado, con algunas gotas viscosas humectando su punta. Al fin entendí de dónde venía ese bendito apodo. Lo tomé con mis dos manos y aún sobraba. Lo masturbé mientras se desnudaba y le pedí que se acostara. Al tenerlo ahí comprobé que era más grande que mi cara, no podía compararlo con otros que ya había probado. No podía esperar más, abrí grande mi boca y comencé a chuparlo. Lo hice lento, como él a mí, traté de meterlo todo en mi boca, pero no pude, solo chupé y chupé viendo a ese hombre gigante gemir y apretar las sábanas.

El hambre por tenerlo en mi boca se transformó en hambre por tenerlo dentro de mi, subí a la cama, posé mis piernas a sus costados, tomé su gran verga y la puse en la entrada de mi vagina, me dejé caer lentamente sintiendo como se iba abriendo paso en mi estrechez. Centímetro a centímetro, la presión era irreal hasta estar completamente enterrado. Puedo jurar que lo sentía en mi estómago, en mis entrañas.

La fricción, la sensación, era indescriptible lo que sucedía en mí mientras subía y bajaba. Estaba cabalgando sobre éste hermoso caballo, con mis manos en su pecho, en sus bíceps, en sus hombros, sus músculos me hacían suspirar. Entonces lo abracé, nos besamos, gimiendo ambos, sintiendo el palpitar de nuestros genitales con cada sentón y el segundo orgasmo llegó, me desvanecí en sus brazos, respirando por la boca.

Increíblemente él aún no llegaba así que sabía que esto no había terminado me tumbé en la cama con las piernas abiertas, él me miró, lamió sus labios, me tomó por la cintura y me volteó. Levanté mi trasero automáticamente y me penetró de golpe. Lo hacía sin ninguna delicadeza, llegando a profundidades inexplorada antes, cada empujón era un grito, un tercer orgasmo llegó mientras él estaba apoyándose mis hombros desde atrás. El ritmo era constante, incesante, perdí todo control de mi cuerpo. Sólo estaba ahí disfrutando de la mejor sensación que había sentido en mi vida.

"Ya casi llego, ¿Dónde la quieres?" Dijo él entre gemidos, no respondí, tomé fuerzas y bajé de la cama a chupársela otra vez. Él me tomaba del cabello y hacía que su pene tocara mi garganta, me dejaba sin respiración por segundos, pero yo con orgullo soportaba esa gran obra divina. Fue corta la espera, su semen comenzó a surgir y tragué un poco, pero fue tanta la descarga que desbordó mi boca.

Así terminó todo. Desnudos hablamos sobre ese deseo que sentíamos el uno por el otro y al fin logramos consumar. Se despidió y me fui a duchar y seguí pensando en él. Definitivamente el apodo le queda perfecto, no sólo por ese gigante miembro sino también por su fuerza y resistencia. El mejor polvo de mi vida fue con mi amigo, el caballo.


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