Nadie sabía desde cuándo eran amigos. Ni siquiera ellos podían precisar el momento exacto. Julián y Natalia simplemente eran, como lo son las cosas que no necesitan explicación, la sombra bajo el árbol en verano, el olor a tierra tras la lluvia, el calor del pan recién hecho........
Compartían mañanas, tardes, noches, en un banco olvidado, en una estación solitaria, en un vagón antiguo.....un café tibio en la mañana les unía y sus miradas al alma hablaban más que sus voces. Natalia hablaba poco y Julián escuchaba sin preguntar. Nunca se pidieron nada, nunca exigieron una explicación, nunca se interrogaban....y sin embargo, todo estaba claro.
Un día Natalia, comenzó a llegar más tarde y luego, dejó de aparecer. No avisó ni le pidió a él que la esperara. Julián la buscaba cada día, preocupado, se aseguró que estaba bien, pero no insistió, no preguntó, porque si algo había aprendido en esa amistad de silencios, era a respetar el espacio que el otro necesitaba, con cariño. Natalia no le quiso dar más explicaciones y Julián no se lo reprochó.
Pasaron semanas..... y una tarde, Julián encontró un sobre debajo del banco con su nombre. Dentro, una hoja arrugada con una frase - gracias por nunca pedirme que te contara, y aún así estar-.
Julián apretó el papel con fuerza y sus ojos se llenaron de lágrimas en el silencio de aquel parque, por lo que no supo, por lo que no pudo hacer , y por todo lo que en su corazón entendió sin que nadie se lo dijera.
Y volvió al día siguiente con dos cafés, porque la amistad, a veces, es justamente eso: estar sin pedir, sin exigir, sin invadir. Sólo estar.
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