ASESINATO EN EL EXPRESO DE MEDIANOCHE (1)
Por Eunoia
Enviado el 08/08/2025, clasificado en Intriga / suspense
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ASESINATO EN EL EXPRESO DE MEDIANOCHE (1)
El Expreso de Medianoche, un tren de lujo conocido por su elegancia, partió de la estación de Grand Central en Nueva York con destino a Chicago. Entre sus distinguidos pasajeros se encontraba el famoso detective privado, Jack Sanders, un hombre de mirada aguda y mente perspicaz.
La noche era oscura y tormentosa, la lluvia golpeaba con fuerza las ventanas del tren mientras éste se deslizaba a través de la campiña. En el interior, los pasajeros disfrutaban de una cena de gala, ajenos a la tragedia que estaba por ocurrir.
A la mañana siguiente, el jefe de camareros encontró el cuerpo sin vida del senador Laurent Maxwell en su compartimento. La noticia se propagó como un reguero de pólvora, sumiendo a los pasajeros en un estado de shock y temor.
El detective Jack Sanders, que casualmente viajaba en ese tren se ofreció a investigar el asesinato. Comenzó interrogando a los pasajeros, cada uno con una historia que contar, pero ninguno parecía tener una conexión clara con el crimen. Después de interrogar a varios pasajeros, sospechó de algunos que estaban estrechamente relacionados con el difunto y se encontraban muy cerca de la escena del crimen.
* La viuda del senador: Una mujer hermosa y enigmática, con un pasado oscuro.
* El socio de negocios del senador: Un hombre ambicioso y despiadado, con mucho que ganar con la muerte de su socio.
* La joven y secreta amante del senador que era su secretaria personal: Una mujer apasionada y celosa, capaz de cualquier cosa por amor.
* El mayordomo del senador: Un hombre leal y discreto, con un conocimiento íntimo de los secretos de su amo.
A medida que el detective profundizaba en la investigación, descubría una red de secretos y mentiras que envolvían a los pasajeros. Cada uno tenía un motivo para querer muerto al senador, pero ¿quién era el verdadero asesino?
Mientras Jack Sanders cavilaba en su compartimento acerca del suceso y estudiaba a los posibles sospechosos, apareció una camarera de servicio, mujer de cabellos castaños y mirada perspicaz, con una agradable sonrisa algo misteriosa.
—Buenas tardes, señor —dijo tras llamar a la puerta y abrir seguidamente.
El detective se limitó a emitir un leve gruñido y siguió observando atentamente los nombres de los pasajeros cercanos a la víctima. Todos podrían ser sospechosos del asesinato. ¿Pero quién tuvo la ocasión idónea para cometer el crimen; ¿cuáles podrían ser el móvil y los medios? Sanders extrajo el auricular de su oreja derecha y el melódico Días del Futuro Pasado de Moody Blues de extinguió de repente.
—Buenos días —respondió sin mirar a la mujer, fijos los ojos en su portátil y la mente trazando razones y pistas.
—Vengo a acondicionar el compartimento.
Sanders levantó la mirada y la dirigió al rostro algo anguloso, los ojos verdes y el cabello claro de la mujer. Ésta permanecía sonriente dentro de su uniforme de color azul Prusia, desabotonado en el cuello, donde destacaba un pañuelo de color amarillo.
—No es necesario; puede dejarlo hasta mañana.
—¿Cree usted que habrán resuelto el caso durante el día de hoy? —preguntó la camarera denotando interés—. Los otros pasajeros se muestran inquietos y han protestado.
—Ah, veo que sabe usted quien soy —dijo Sanders.
Con una sonrisa tímida, la mujer respondió:
—Todos los pasajeros están enterados, señor Sanders. Es difícil guardar un secreto en un convoy de ferrocarril. Es usted un investigador reputado.
La mujer dio la vuelta y abrió la puerta corrediza. Antes de que pudiera salir, el detective inquirió:
—¿Estaba usted de servicio la noche pasada?
—¿Cuándo ocurrió... el suceso? —preguntó la mujer.
—¿Cómo sabe que no ha sido esta mañana?
—Bill me ha comentado que encontró el cuerpo del senador cuando abrió la puerta del compartimento cerrado; a primera hora de esta mañana.
—¿Quién es Bill?
—Bill Hendrix. Es el jefe de camareros.
—¿Por qué no fue usted quien entró en la habitación?
—Porque —respondió la mujer con voz tensa—, sólo Bill tiene llave maestra para los compartimentos cerrados.
—¿Es la única llave que abre desde fuera los vagones del coche-cama?
—Efectivamente.
—Así que nadie puede acceder de noche a los compartimentos de esta clase de vagones desde fuera, salvo el jefe de camareros.
—Así es, señor Sanders. Ni siquiera yo.
La mujer salió al pasillo, y antes de que volviera a cerrar la puerta, el detective preguntó:
—Dígame, ¿La puerta del despacho anexa al compartimento, tiene cerradura desde dentro?
—No, únicamente una maneta —respondió la camarera con mirada interrogativa—. Pero..., sólo se comunica con el dormitorio del senador y su esposa; aunque también se accede al despacho, a través de un pasillo, que lo comunica con los otros dos compartimentos de sus acompañantes. Siempre permanece cerrado por la noche.
—¿Son los vagones que ocupan la señorita Candell, la secretaria del senador y el señor Kurt Donnegal, el mayordomo del senador, verdad?
—Así es, sí.
Sanders se rascó el mentón, empujando el vello cutáneo de dos días hacia el labio inferior.
—Gracias. Su información me ha sido muy útil.
La mujer desapareció pasillo adelante. El detective se levantó de su asiento y se desperezó ostensiblemente. Miró por la ventanilla del compartimento. La tormenta había desaparecido; aunque el cielo estaba desalentadoramente plúmbeo. La estación de Chicago bullía actividad; pero el lujoso convoy procedente de Nueva York estaba discreta- mente apartado en una vía accesoria, y varios policías vigilaban las puertas de entrada y salida de todos los vagones. Los pasajeros permanecían recluidos en el interior.
Clive Patterson, el jefe de policía de la estación, había conversado con Sanders a primera hora y le confío la investigación, en tanto no llegarán los expertos de la Central.
En las oficinas de la estación, el forense, un hombre robusto cercano ya a la jubilación, le había informado de su primera valoración de la causa de la muerte: sobredosis de barbitúricos. No podía precisar más, hasta que el cadáver fuera trasladado al laboratorio. Aunque insinuó que el senador podría haber ingerido por error los comprimidos. «¿Por error?», inquirió Sanders. «Los comprimidos podrían haberse introducido en este tubo», aclaró con un tono cínico. El médico se lo mostró. «Son indistinguibles por el color y el tamaño de las que contiene el tubo originalmente», terminó su explicación con un tono de astucia. Luego, recuperando el tono de seriedad profesional informó: «Son pastillas para controlar la tensión»
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