ASESINATO EN EL EXPRESO DE MEDIANOCHE (2)

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ASESINATO EN EL EXPRESO DE MEDIANOCHE (2)

—¿Hora del fallecimiento? —preguntó Sanders molesto.
El forense dudó unos instantes, antes de declarar:
—Puedo confirmar que entre las doce de la noche y la una de la madrugada.
Sanders salió al pasillo y regresó al tren. Se identificó ante el joven policía pelirrojo y se dirigió, por segunda vez esa mañana, a los compartimentos de primera clase especial, en los que viajaban el senador y su esposa, la secretaria personal del difunto, y Kurt Donnegal, mayordomo y hombre de confianza del senador. En otro de los suntuosos vagones viajaba Jonathan Curtiz, el socio de negocios de Maxwell, quien acompañaba al senador por un importante asunto, que iba a afectar a las inversiones de ambos en una de sus compañías financieras. Curtiz pensaba viajar en su jet privado, pero Maxwell era reacio a la aviación y convenció a su socio de la necesidad de que ambos conversaran sobre el asunto de manera confidencial, durante  el viaje.
El detective llamó con los nudillos a la puerta del vagón compartimentado y fue Kurt Donnegal quien abrió  la puerta al momento. Éste, era  un hombre joven, de aspecto llamativamente arrogante para el desempeño del puesto. El compartimento era un largo vagón de lujo espectacular, con todas las comodidades. Se componía de dos habitaciones con cama, y un pequeño baño; suficientemente amplio y cómodo, en él se alojaban el senador y su esposa. Una puerta interior daba acceso a un pequeño despacho adosado; también se podía acceder al mismo desde el pasillo, por una puerta lateral, mediante una simple manilla y un picaporte, tal y como le había explicado la camarera del convoy, pasando desde el vagón de Jane Candell y del de Kurt Donnegal, pasando por el pasillo lateral, tanto al vagón del matrimonio, como directamente al despacho.
—¿Puedo ver a la señora Maxwell?
—Pase. La voy a llamar.
El mayordomo desapareció tras una puerta y Sanders tamborileó los dedos mientras esperaba. En seguida, Karen Maxwell apareció y le invitó a entrar en el compartimento. Era una mujer de unos cuarenta y cinco años, morena bellísima, alta, con los labios y los ojos pintados; caminaba con lentitud y dignidad, y vestía con una elegancia que revelaba su privilegiada categoría social. Se la veía cansada, los pliegues de los ojos denotaban agotamiento.
—Soy Jack Sanders, y estoy autoriza...
—Sé perfectamente quien es, señor Sanders. ¿Esta mañana habló aquí con Kurt? Le oí llegar.
—Señora Maxwell, quería hacerle un par de preguntas en relación a la muerte de su esposo.
—Laurent estaba perfectamente. Ha debido ser una muerte súbita. ¿Ya saben algo?
Sanders bajó la mirada un instante y sus labios mostraron un ligero mohín de concentración.
—Estamos pendientes del análisis pericial, que se hará en el laboratorio judicial.
—¿Cómo dice usted?
—Parece que no fue una muerte natural, señora Maxwell. ¿Su marido tenía problemas para descansar... insomnio, tal vez?
—En absoluto. Nunca escuché ninguna queja al respecto. Laurent se acostaba temprano y se levantaba igualmente, temprano. ¿Qué quiere insinuar?
Imperturbable, el detective inquiere:
—¿Tomaba su marido algún medicamento, señora Maxwell?
—Laurent tenía una salud de hierro, señor Sanders.
—En la mesilla de noche hemos encontrado un bote de comprimidos específicos contra la tensión alta...
—Es cierto... —con cierta vacilación Karen Maxwell añadió—: Había tenido algunos episodios... Disculpe, quería decir...
—No se preocupe, señora Maxwell —agregó el detective—, sé lo que quería decir. —Sanders dibujó una sonrisa educada—. No tengo más preguntas, gracias por atenderme. ¿Podría hablar con la señorita Candell?
—Ella viaja en el compartimento contiguo
Sanders se giró levemente hacia la puerta trasera 
—¿La puerta de este vagón se comunica con el despacho de su marido, ¿verdad?
—Así es.
—¿Y el despacho con el vagón compartimento de la señorita Candell y del señor Donnegal?
—Efectivamente. Laurent y ella trabajaban allí muchas horas.
—¿También de noche?
—Algunas veces, sí. No sé qué quiere decir, señor Sanders... Jane y Kurt son de absoluta confianza.
El detective prosiguió sin denotar emoción alguna:
—Señora Maxwell, desde el compartimento del señor Donnegal también se puede acceder directamente al despacho, ¿verdad?
Karen Maxwell asintió.
—Perdone otra pregunta, señora Maxwell, ¿hace mucho que el señor Donnegal y la señorita Candell trabajan para el senador?
En el rostro de Karen Maxwell aparecieron unas líneas de suspicacia.
—Usted cree que Laurent fue... ¿cree que... alguno de ellos..? ¿Piensan ustedes que Laurent ha sido asesinado? ¿Sospechan de Kurt o Jane? Es absurdo, señor Sanders —la voz de Karen Maxwell había adquirido un tono áspero y su rostro reflejaba enojo.
—Lo lamento mucho, señora Maxwell; hay una investigación en curso. Perdone, tenemos que contemplar todas las hipótesis. 
La mujer del senador empalideció subitamente. Apretó un puño dentro del otro y respondió mecánicamente:
—Jane empezó a trabajar para Laurent hace cerca de dos años años; Kurt fue contratado por mi marido como mayordomo unos meses antes. Laurent era un hombre muy conservador; amante de las maneras antiguas..., ya me entiende. Amaba las decadentes maneras de la aristocracia británica.
Unos pliegues cercanos a una sonrisa surcaron las comisuras de los labios de Sanders. Se despidió volviendo a agradecer a Karen Maxwell, su colaboración y salió del vagón en dirección al que había detrás. El detective llevaba fruncido el entrecejo. Había algo en la esposa del senador que le transmitía un halo desapacible. Su bella mirada de ojos azules parecía guardar un velo misterioso. Su enfado e intranquilidad acerca de las sospechas de asesinato hicieron que el detective hubiera de reorganizar sus ideas.
Jane Candell le abrió la puerta. Iba vestida con un traje chaqueta y su melena negra caía revuelta sobre los grandes hombros casi masculinos.
—¿Cuándo habló por última vez con el senador, señorita Candell?
Rápida y firme:
—A las 21:15. A esa hora acabamos de repasar una intervención en la que el senador tenía que presentar esta tarde.
—¿El senador Maxwell se encontraba bien de salud? ¿Mostraba signos de nerviosismo... o de agotamiento?
—Para nada.
—¿Su trabajo no fue interrumpido en toda la tarde anterior... no hubo llamadas telefónicas?
—En absoluto.
—¿Vio usted a la señora Maxwell o el señor Donnegal durante su trabajo con el senador ayer tarde? ¿El mayordomo del señor Maxwell tiene acceso directamente a este vagón?
—Sí, por medio de un pasillo que cruza desde su compartimento y el mío. Kurt..., el señor Donnegal, entró un momento para servirle al senador su taza de té. El senador Maxwell era un hombre muy apegado a... ciertas costumbres inglesas ya desusadas.
—Dígame, ¿se llevaba usted bien con el señor Maxwell? ¿Era un hombre exigente?
—Yo diría que bastante exigente, pero era un hombre sumamente educado y correcto; amable, atento.
—Está bien señorita Candell. Muchas gracias por su colaboración —dijo el detective, haciendo el gesto de abandonar el compartimento. Sanders estaba extrañado de la frialdad de la secretaria de Maxwell. Lanzó el sedal. Se volvió y preguntó—: ¿Tenía enemigos el senador?
Jane Candell elevó las cejas y con un deje de cinismo respondió:
—Señor Sanders, todos en la política y en los negocios son enemigos.
El detective bajó la mirada. Luego hizo una última pregunta doble:;
—¿Tiene usted pareja, señorita Candell? ¿Sabe si el señor Donnegal mantiene alguna relación sentimental?

 


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