ASESINATO EN EL EXPRESO DE MEDIANOCHE (5)

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ASESINATO EN EL EXPRESO DE MEDIANOCHE (5)


Unas líneas de preocupación se dibujaban en la frente del detective; sus primeras hipótesis quedaban desmontadas tras las declaraciones de Curtiz. Las revelaciones del socio del senador convertían a Jane Candell en libre de toda sospecha del asesinato premeditado de Maxwell... y señalaban a la esposa del senador. No obstante, en su mente sostenía algunos interrogantes.
Volvió a revisar la información sobre Donnegal. Repasó los datos que había recopilado anteriormente. Donnegal era un hombre joven, apuesto; mostraba en sus instantáneas un porte seguro y hasta altivo. Inopinadamente recabó su atención una fotografía antigua. En ella, justo al lado de  Donnegal aparecía una chica joven cuyo parecido con Jane Candell le hizo fijarse más detenidamente. Se figuró a la joven con el actual peinado de la secretaria y teñida de rubio; con los rasgos más maduros... Estaba claro que Kurt (o Burt) Donnegal y Jane Candell se conocían antes de pasar a trabajar para Laurent Maxwell. Los ojos del detective se posaron en un detalle inadvertido antes: en la parte baja de la instantánea de podía ver que las manos de Donnegal y Candell estaban entrelazadas. Eran más que conocidos; entre ellos había una relación evidentemente sentimental. Debían haber sido amantes.
El detective permaneció un largo lapso con la vista quieta en la foto que aparecía en el portátil. Su mente fue esclareciendo unos hechos complejos. Una idea se fue formando en la mente del detective. Un extraño cuadrilátero amoroso tomó cuerpo y arrojó la luz que el caso necesitaba.
Sanders llamó con los nudillos al compartimento del senador. Fue la propia Karen Maxwell quien abrió la puerta.
—Quiero hablar con el señor Donnegal.
—No está aquí —respondió acremente la viuda del senador.
—Bien, señora Maxwell —sonrió tratando de mostrarse amable a pesar de la actitud de la mujer—. Ya que estoy aquí, me gustaría formularle una pregunta. ¿Puedo pasar?
La esposa de Laurent Maxwell se echó a un lado. El detective entró en el compartimento y ella cerró la puerta.
—¿Qué sabes usted del señor Donnegal?
—Era el mayordomo de mi marido —respondió secamente.
—¿Desde cuándo, señora Maxwell?
Los ojos de Karen Maxwell se convirtieron en una delgada línea.
—Ya le dije, desde hace unos dos años. ¿Qué intenta, señor Sanders? ¿Saben ya cómo murió Laurent?
—Por acción de un medicamento, señora Maxwell. Unas pastillas que no debían estar en el bote de las que tomaba su marido —Hizo una pausa. Cruzó los dedos y dijo—: ¿Cree que su marido podría necesitar píldoras para dormir o que se sentiría deprimido?
—En lo más mínimo. Laurent estaba en plena forma, como le dije. Enérgico; hasta pletórico le diría. Por la mañana se reunió con su socio, Jonathan Curtiz, y por la tarde estuvo trabajando con la señorita Candell, hasta muy tarde
Sanders se inclinó hacia delante. Su ceño se frunció.
—Le voy a hacer una pregunta directa, señora Maxwell, ¿qué relación tiene usted con el señor Curtiz?
Karen Maxwell se retiró un par de pasos, dejó caer los brazos y respondió:
—Ya veo... Jonathan y yo... somos buenos amigos. Hace años que nos conocemos.
—¿Muy "buenos amigos", señora Maxwell?
La mujer estrelló sus ojos contra los del detective.
—Sí, somos amantes. Entiendo que ya lo sabe. ¿Se lo ha dicho Jonathan, ¿verdad?
Sanders hizo caso omiso de la pregunta.
La siguiente pregunta dejó a la mujer con el color del rostro demudado.
—¿Y con el señor Donnegal, señora Maxwell...; él es también un "buen amigo"? ¿Se relacionaba usted con el señor Donnegal solamente como asistente de su esposo?
Karen Maxwel no respondió. Una mirada feroz alcanzó al detective, que no se inmutó
—Respóndame, señora Maxwell? ¿Era el señor Donnegal su amante ocasional? ¿Hasta cuándo, señora Maxwell? ¿Hasta que restableció su relación íntima con el socio de su marido, Jonathan Curtiz? 
Karen Maxwell mantuvo su silencio. Una mueca de desprecio se dibujó en los hermosos labios femeninos.
—Si tira usted de los hilos, señor Sanders, descubrirá que mi marido tenía una relación sexual con esa...
El detective no dio muestras de sorpresa ante la actitud de la viuda del senador. Continúo su interrogatorio:
—¿Conocía usted los planes financieros de su marido? ¿Obtuvo, gracias a su recuperada relación con el socio del senador Maxwell, información acerca de la decisión de su esposo de dejar en manos de la señorita Candell, a su favor, las jugosas inversiones en el golfo Pérsico? Respóndame, señora Maxwell.
—Si tiene usted sospechas contra mí, hágalas saber a la policía. Y ahora... —La viuda del senador señaló con el dedo la puerta de salida del compartimento— ¡Salga inmediatamente de aquí; y no vuelva!
Sanders dio la vuelta y abandonó el lujoso vagón. Siguió adelante y llamó a la puerta del que ocupaba Kurt Donnegal.
—Pase —invitó el asistente del senador fallecido.
—Señor Donnegal —inició la conversación el detective—. Seté directo, el senador Maxwell no ha muerto de manera natural; ha sido asesinado.
Donnegal empalideció.
—¿Asesinado? No puede ser...
—Alguien urdió un plan siniestro... sutil e ingenioso, señor Donnegal... ¿Cuándo vio por última vez al senador Maxwell?
Donnegal se frotó la mandíbula, ya recobrado el color del rostro.
—Serían..., sí, las 21 horas de ayer. El senador había pedido un té. La señorita Candell estaba presente.
—¿El senador se encontraba bien de salud?
—Perfectamente, sí.
El detective compuso un rictus serio e inquirió:
—Señor Donnegal, ¿cuál era su relación con la señora Maxwell? ¿No es cierto que era su amante? ¿Estaba el senador al corriente? 
—No, no es verdad. Nunca... Yo nunca hubiera... Yo era su hombro de confianza. Mi lealtad...
—¿No es cierto que usted y Karen Maxwell tenían una relación íntima, que su relación con la señora Maxwell era sexual?
—No...; es decir, ya no —balbuceó—. Fue antes...
—¿Antes de que la señora Maxwell le repudiara a usted? ¿Se sintió usted despechado?
Donnegal ensombreció su semblante.
—No, me sentí ofendido, humillado por la forma en que la señora..., en la que Karen me apartó de su lado.
El mayordomo bajó la cabeza.
—No pude evitarlo. La señora Maxwell es una mujer sumamente atractiva... me dejé llevar, y luego...no supe cómo parar... Es una mujer apasionada... volcánica, puede usted entenderlo...
Sanders emitió un bufido contenido.
—¿Desde cuándo conoce usted a la señorita Candell?
El rostro del asistente del senador reflejó tensión.
—El senador la contrató poco después de llegar yo.
—¿No es verdad que usted ya la conocía con anterioridad? Entonces usted se llamaba Burt Donnegal
El labio de Donnegal tembló ligeramente y respondió:
—No, señor Sanders. La contrató el señor Maxwell como su secretaria personal.
—Usted era su asistente personal, no sólo tenía el empleo de mayordomo, ¿verdad? Usted ejercía una notable influencia sobre el senador Maxwell. Usted conocía a Jane Candell desde sus años en el equipo de natación. Eran pareja, ¿lo niega usted?
Donnegal bajó la cabeza. Sanders insistió:
—¿No es así, señor Donnegal? Usted recomendó a la señorita Candell para el puesto de secretaria y el señor Maxwell la contrató gracias a su influencia sobre él. Usted y Jane Candell nunca dejaron su relación sentimental; la mantuvieron en secreto unos meses, hasta que fue contratada por el senador Maxwell, ¿no es verdad?

 


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