El mejor momento del viaje

         Hoy quiero escribir sobre un momento perfecto dónde la ilusión y una pequeña dósis de incertidumbre se juntan para crear una sensación única.

         Me refiero a un viaje doble, a la oportunidad de visitar a una amiga de siempre en su país y, un mes después, que sea ella la que venga aquí.

        El primer viaje ya es historia, pasado, recuerdo. Aun no me ha dado tiempo de saborearlo, de rescatar, más allá de un puñado de fotos, la anecdota y sobre todo el sentimiento que solo vive y se siente en la mente de cada uno. 

    Ahora estoy viviendo una de las mejores partes, planificar sabiendo que el listón está muy alto, tratar de visualizar experiencias que aun no son y cuyo éxito depende de pequeños detalles que aun no puedo ver.

Luego, una vez que todo este preparado, que lo material este bajo control y la salud en manos de Dios o del destino. Llega para mí el mejor momento, una imagen idealizada que la realidad mejora.

El encuentro en el aeropuerto.

Esa presencia, esa sonrisa, ese abrazo.

       Ese momento es único porque supone el principio de las vacaciones, el momento en el que ya están ahí y aun queda todo por delante. El primer momento en el que realmente se desea que las manillas del reloj detengan su camino. 

      Y ahora, sí, ahora mismo, cuando todavía falta tiempo, toca ponerse melancólico y triste. Triste porque sé que el tiempo no va a detenerse, que empezará a correr y pasar demasiado deprisa. Porque llegará el día de la despedida. De las lágrimas secas, del vacío, del adiós.

     No quiero extenderme más. Este es un texto que hoy puedo leer y escribir, pero que mañana, cuando todo sean sombras grabadas en el pasado, será una fuente de dolor, un instrumento de tortura para su autor.

     Luego, escribo y al mismo tiempo me despido de lo escrito. Escribo para el lector que no sufrirá al leerlo. Escribo hoy que todavía puedo gozar de algo que es futuro por un tiempo.

Felices vacaciones y disfruten de cada día y cada momento.