DECENAS Y DECENAS DE ESTRELLAS EN EL FIRMAMENTO (1)
DECENAS Y DECENAS DE ESTRELLAS
EN EL FIRMAMENTO (1)
Athman tomó la decisión de ponerse en camino una vez se despidió de Aisha. Llevaba muchos meses haciéndose las mismas preguntas, una y otra vez. En el bazar, hablando con Mahmud, su amigo de la infancia entre cliente y cliente de su tenderete de frutas, éste le comentó que a esas preguntas transcendentales y metafísicas tan sólo podía responder el viejo sabio Ras-Hassdan al Kudhi.
Pero había un inconveniente, al Kudhi no era turco, sino sirio y vivía en Damasco. Así que Athman, después de rumiar la cuestión, decidió encaminarse a la capital siria. Antes, se despidió de sus padres y tíos; después, fue a ver a Aisha e inició el largo trayecto en autobús.
Una vez llegó a Damasco, la gran urbe muy similar a Ankara, indagó hasta encontrar la dirección del sabio sirio.
Ras-Hassdan al Kudhi vivía en una gran mansión encalada de impoluto color blanco y bordeada de altas palmeras. Le hicieron pasar a través de varias amplias pero sencillas y frescas estancias. Unas bellas arcadas daban paso a un largo patio, en cuyo centro discurría un plácido canal de agua clara y refrescante sobre el cual había una fuerte cantarina que alimentaba un hermoso estanque.
Fue conducido a un amplio salón, cuyo suelo estaba completamente cubierto por alfombras de una belleza incomparable, con motivos geométricos y brillantes colores de una gran variedad de tonalidades, cuyos ojos jamás habían contemplado.
Athman dejó su zurrón de cuero a un lado y se sentó con las piernas cruzadas a esperar al anciano. Se sirvió agua fresca con menta y limón, paladeando gustoso los frutos secos, los dátiles y sultanas, que una sirvienta dejó ceremoniosamente frente a él. Transcurrió cerca de una hora; pero Athman siguió su espera pacientemente, recostado en los cojines y almohadones estampados con figuras de pájaros, flores y árboles. Se dejó apresar por los hilos de una cierta somnolencia. Tenía que encontrar una respuesta a las trascendentales preguntas que le golpeaban una y otra vez.
Sin un solo rumor, el anciano al Kudhi, cruzó el vano de entrada al salón, apoyándose en un bastón con blanca empuñadura de nácar. El sabio saludó con una voz muy suave que brotó de entre sus labios, cubiertos por un bigote y una barba blanquísima y bien recortada. Tomó asiento frente a su joven visitante. Athman abrió su zurrón y extrajo como regalo a su anfitrión una brillante lámpara dorada, bellamente tallada, que le entregó con los brazos extendidos y la cabeza inclinada sobre su pecho. El anciano sonrió con gesto bondadoso e inquirió las razones que le trajeron a su mirada.
Athman le confío con lentitud sus angustiosa preguntas, con espaciosas pausas. Ras-Hassdan al Kudhi escuchaba mirando fijamente al joven turco, aunque sus ojos parecían estar ausentes.
Una vez Athman finalizó, el viejo sabio permaneció en silencio otro largo lapso. Finalmente dijo volviendo a observar a su invitado:
—Tus preguntas no tienen respuesta. No están a alcance de los hombres los asuntos del devenir. Los misterios acompañan a la vida. La vida es un misterio. Todas las respuestas se encuentran en el manto estrellado de la noche. La luz del sol cubre y apaga el brillo de los cientos y cientos de estrellas del firmamento. Yo te veo a ti y tú me ves a mí porque somos partículas infinitas del mismo cielo. Pero los ojos humanos son incapaces de penetrar en las zonas oscuras de la bóveda celeste.
Athman escuchó con atención y respeto las palabras del anciano sirio y las grabó en su mente una a una. Al Kudhi entrecerró los ojos al dejar de hablar. Athman dejó transcurrir un respetuoso silencio, después habló:
—Sólo el manto celestial es eterno. Las estrellas brillan constantes en el negro y denso tapiz de los cielos. Los silencios también son eternos, pero la vida de los hombres tiene un origen y un final. Toda cosa existente ha de tener una causa, un porqué, una razón de vida, un destino cierto. ¿Para qué, sino, ocupamos un lugar en las grandes arenas de la vida, nosotros y no otros? ¿Cómo encajamos en los sucesos previstos por los cielos, venerable Ras-Hassdan al Kudhi? ¿Ha de haber un sentido en todo lo que acontece? Si nos ha sido concedido el don del pensamiento, si desentrañamos funcionamientos ocultos de los seres, de la naturaleza, si predecimos movimientos astrales, ¿por qué no somos capaces de descubrir las razones de estar, del ahora, del existir?
El anciano abrió los párpados y sus ojos no mostraron ninguna emoción. Estaba reflexionando acerca de las palabras profundas de su joven visitante y después respondió:
—Admiro, joven Athman, tu inquietud ante los misteriosos arcanos del existir. Admirable es tu sed de conocimientos, joven Athman, pero ni siquiera yo puedo responder a cuestiones divinas. Sólo un verdadero y auténtico sabio puede hacerlo. Rahmam al-Mursi al bagdadi. Vive en Bagdad. Él podrá darte una certera respuesta. Pero si vas a él, regresarás sin alma, sin horizonte y sin destino. Mi consejo es: «No busques. No preguntes. No esperes».
Athman, en el sencillo aposento del barrio comercial donde pernoctaba, preocupado, pensaba en las palabras de al Kudhi. ¿Debería arriesgarse a penetrar en las oscuras madejas de la voluntad divina? Tenía en cuenta la advertencia del venerable al Kudhi, contenían semillas de verdad, aunque seguía igual que al principio de sus cogitaciones; solamente hicieron germinar espigas de oscuros enigmas más profundos, indescifrables para él . Por tanto, a la mañana siguiente, aún enfebrecido por los sueños y pesadillas nocturnas, decidió partir hacia Bagdad.
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