Homenaje a un hermano

Un tinto era un buen pretexto y lo compartíamos cada vez que podía estar Pasto, nuestro vividero del alma; hablábamos de política, del vicio compartido de la escritura, ¡de salsa!, era de los últimos amigos al que podía hablar de Dicupé, La Conspiración o La Ponceña sin que me mirara mal; nuestra conversación era entretenida porque no estaba llena de sabiduría, simplemente era carreta.

Caminamos por la ciudad, deteniéndonos cada dos metros porque era un saludador nato, por el andén empolvado de la 27, la congestionada plaza desierta cuando la visitábamos en festivo, el embadurnado Potrerillo, sin la mayor obligación que la de gastar zapatos en aquellos tiempos difíciles sin plata en los bolsillos; fueron grandes días cuando compartimos la acera empedrada de nuestra entrañable ciudad.

Ahora te adelantas Negro y sólo me queda decirte, ¡buen viaje amigo!