AMANDINE. APUNTE DEL NATURAL (parte uno)
Por Eunoia
Enviado el 05/09/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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AMANDINE
APUNTE DEL NATURAL
(EL RESTO TE LO INVENTARÁS)
(Parte uno)
Amandine dejó el pincel en el bote, me miró pensativa y me dijo: el resto me lo inventaré, echandose a reir festivamente. Ya puedes bajar, Antoine.
En el cuarto hacia un horrible calor que no aliviaba el pequeño ventanuco del estudio.
Yo me levanté, sujetando la toallita pegada al bajo vientre. Amandine estaba inclinada sobre su caja de pinturas. Sus cabellos negros y trenzados estaban recogidos en una redecilla y su cuello azabache brillaba por la transpiración. Yo también sudaba, y un surco irregular y largo bajaba lentamente desde mis omóplatos hacia la rabadilla, cosquilleando en su descenso por mi columna vertebral.
Dúchate y luego tomamos un refresco y unos sándwiches. Agradecido por la doble invitación, caminé descalzo en dirección al aseo y me metí en la ducha. Eché la pequeña toalla rosa a un lado y entorné la puerta mecánicamente: ¡las cosas absurdas que hacemos en la vida sin reflexionar!
Desde junio era el modelo de Amandine para su trabajo final de verano, que debía presentar en septiembre en la facultad de bellas artes. No me habia dejado ver los sucesivos esbozos ni el desarrollo de las sesiones consecutivas. Mi anónimo desnudo era un pago por haber cuidado de Rouge en Navidades. Aunque a Amandine los gatos le fascinaban, hacer de cuidadora siempre suponía un trabajo extra. Te debo una, le dije. Y sin yo esperarlo, me respondió de inmediato, te tomo la palabra, ¿quieres ser mi modelo?
Yo sabía que era estudiante de Arte en la Facultad; pero eso era todo. Bajo el impacto todavía, no sé si sonreí, aunque Amandine sí lo hizo y se acercó para besar mi mejilla. Me haces un gran favor, Antoine. Hubiera tenido que contratar a un modelo... y no me apetece meter a un desconocido en mi casa, la verdad. Sus carnosos labios oscuros, algo más claros que su piel negra y brillante, se abrieron mostrando sus dientes grandes, blancos y algos alidos. Y así comencé a posar para mi vecina del piso de al lado.
El chorro refrescante era una bendición después de la hora larga en el improvisado cuarto-estudio de Amandine. Terminé con los ojos cerrados y un fuerte manguerazo sobre mi pecho. El agua formó una cascada en mi miembro, que después de frotarlo se había endurecido y aparecía en ángulo entre mis muslos chorreantes. Salí a la alfombrilla de cuadros y... no vi ninguna toalla de baño.
Amandine, me traes por favor una toalla... o te mojare el piso. ¡Ay, Antoine..., perdona, me olvidé! Tras unos segundos Amandine entró en el baño con una gran toalla esponjosa y nueva de color malva. Yo me había puesto de lado para que mi amiga no viese mi persistente pequeña erección mecánica. iAhora hueles a mí! Se rió. No tengo otro gel.
Amandine, por supuesto, ya conocía perfectamente mi cuerpo desnudo, por delante y por detrás. Me había pintado en todos los ángulos... salvo los genitales. Mi pecho, mi espalda, los muslos, los glúteos, todo había sido concienzudo objeto de medición y captura visual por sus almendrados ojos oscuros..., a excepción de lo que ella había calificado de "el resto" a inventar.
Amandine salió sin prisa del baño y yo me dediqué a secar mi piel, pero una mariposilla revoloteaba por mi interior, jugueteando imprecisa. Lejos de haber remitido, mi erección había aumentado intensamente con la irrupción de mi vecina de edificio. Tomé aquel aparato traidor en mi puño. Estaba duro y caliente. Los quietos arroyuelos azulados de las venas recorrían en serpenteante relieve mi miembro. El glande estaba completamente desencapullado. Al apretarlo entre mis dedos cobró vida propia y se desarrolló en toda su extensión rosada; el prepucio quedó tibante y estirado. Repasé de arriba abajo mi polla; acaricié la línea semicircular, ligeramente morada, que dejaba paso al sedoso tacto frutal de aquella forma dividida en dos por el frenillo y la punta hueca del meato. Un ligero estremecimiento de deseo me recorrió el vientre. Mi boca segregó saliva.
Me la froté enérgicamente gozando de la visión de mi propia virilidad. Mi respiración se aceleró. Apreté la verga y procedí a secarme los genitales, la forma curvada de mis nalgas y el resto del cuerpo. Dejé la toalla sobre un taburete blanco y me di la vuelta para limpiar toda la base de la ducha y las baldosas, sin darme cuenta de que no me encontraba solo.
iAy, no hacía falta, tonto! Amandine estaba detrás de mí, con los brazos cruzados. Se había quitado la bata y la redecilla de los cabellos, y llevaba un gracioso short muy ancho. Ante mi sorpresa repuso, no crees que... ya que estamos, podrías ofrecerme del natural lo que así no tendría que inventarme... Y una carcajada agitó su pecho. ¿Desde cuándo estaba allí Amandine? ¿Se habría dado cuenta de mi instrumento tieso, del manoseo sexual?
Por primera vez me fijé en los senos de Amandine. Llevaba una camiseta amarilla muy ajustada, que marcaba unos grandes pezones oscuros, redondos y abultados, que resaltaban su piel negra bajo la tela semitransparente.
Por supuesto, mi verga estaba enhiesta y yo no supe qué responder. Miré de soslayo mis genitales. Yo..., comencé, y me corté. Lo sé, tontito, adujo ella con un guiño. No importa, al contrario, añadió con voz suave. Te recuerdo que lo que deseo es un apunte... Es un apunte del natural. Me dejas ver...
Me giré con el badajo tieso, los huevos apretados, el capullo hinchado y enrojecido, ávido, huérfano, y unas ganas locas... de todo: de que me la viera, de masajearme los huevos, frotarme la tranca, con ella observando (quizá poniéndose caliente); mi polla grande y caliente, dura, erecta y deseando chorrear leche.
iGuauuuuu, Antoine!, exclamó. ¡Es enorme, tio! ¿Éste es el... máximo?
No, no lo era, noté una sacudida en la pija que se movió ligeramente. La sentía tensa, rígida, hasta dolorida, igual que mis cojones apretados y repletos de esperma, como respuesta ante la situación de exhibición, y sus profundos ojos negros clavados en mi sexo. Su boca entreabierta despertó mi lujuria libidinosa: mi polla alcanzó el punto culminante. Noté la humedad en la cúspide.
Ella se percató del movimiento sutil pero evidente de la sacudida del vergajo trempado y deseoso. Intercambiaba conmigo una mirada de fuego que iba de mi cara a mi falo vertical.
¿Te la puedes tocar? Pidió pasando su lengua por el labio superior y la deja sola allí, atrapada por la carne regordeta de la hendidura de su boca. También me he puesto cachonda, añadió a la vez que se quitaba la camiseta. Dos gigantescas tetas negras, con unos pezones redondos, tiesos, salidos, con las coronas granuladas de las aréolas bien visibles, saltaron al vacío. Amandine se acercó.
(Continuará)
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