02a Amore Mío

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Amore Mío - El café  (a)

 

La idea del café había estado flotando en el aire durante semanas. No era que las agendas de Ana y Héctor estuvieran repletas ni que resultara imposible coincidir. El verdadero motivo era otro: ambos temían que aquel encuentro físico, esa primera cita que saldría de las pantallas y los correos, rompiera la armonía que habían construido a base de palabras. Había algo casi sagrado en esos intercambios escritos, tan frescos, tan naturales, que lo físico parecía secundario.

Ninguno de los dos había pedido una foto, ni siquiera un intento de descripción personal. Había confianza, sí, pero también prudencia. Ambos se habían descubierto en sus letras, en sus confidencias, y hasta ese punto lo tangible no era un requisito.

Un viernes finalmente quedó pactado. Ana tendría que desplazarse casi dos horas para llegar al restaurante acordado, mientras que Héctor eligió llegar temprano. El plan era sencillo: un café que, de prolongarse, quizá derivara en cena. Lo importante no era la bebida ni los platillos, sino el encuentro.

Héctor llegó con puntualidad, quizá demasiado puntualidad, y pidió una mesa para dos. Desde el primer minuto la espera comenzó a hacerse eterna. Pasaron quince minutos, luego veinte. El reloj parecía burlarse de él con cada segundo que avanzaba.

No quiso llamarla. Una mezcla de vergüenza y de inseguridad le ató las manos. Su cabeza empezó a inventar escenarios que lo inquietaban: ¿y si Ana había llegado, lo había visto de lejos y decidió marcharse al sentirse decepcionada? ¿Y si, al final, aquella cita le resultaba una pérdida de tiempo y prefirió cancelar sin aviso? Cada idea era más absurda que la anterior, pero todas se instalaban en su mente con un peso real.

Cuando ya habían transcurrido casi treinta minutos, Héctor levantó la mano para pedir la cuenta. En su interior había una voz que le decía que no debía sorprenderse, que esas cosas suceden y que lo mejor era irse antes de dejar que el desencanto le arruinara la noche.

Fue entonces cuando la vio entrar.

No sabía cómo, pero supo que era ella. Tal vez fue la manera en que buscó la mesa con la mirada, tal vez la seguridad con que avanzó entre las mesas, como si supiera que ahí la esperaban. No necesitó confirmaciones: su intuición le gritaba que era Ana.

 

Ana del Valle.

La realidad superó cualquier imagen que Héctor hubiera podido inventar. Medía alrededor de 1.60, aunque con los tacones que llevaba fácilmente alcanzaba los 1.70. Su piel clara se mezclaba con el contraste perfecto de su cabello negro, largo y lacio, que caía con naturalidad más allá de sus hombros. Su rostro era fino, delicado, y la discreción de su maquillaje no hacía más que resaltar esa belleza natural que parecía ajena al artificio. Todo en ella era simplemente hermoso.

Vestía un blazer negro sobre una blusa blanca, y una falda lápiz color guinda que dibujaba su silueta sin perder elegancia. Cada detalle parecía calculado, aunque en ella todo lucía espontáneo, como si no necesitara esfuerzo para robar miradas.


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