CONTEMPLACIÓN (I)

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CONTEMPLACIÓN

                                     (I)

Mi hermana Vanessa apareció en el salón con los cortos y negros cabellos húmedos de sudor. La camiseta de tenis mostraba lamparones de su transpiración. Se tumbó en la butaca que estaba reservada a papá y dejó la raqueta apoyada en el lateral de estampado de flores color ceniza, diciendo «¡Qué calor, Ruper!» «¿Quién ganó?», inquirí yo, por toda respuesta. Que hacía calor no era un tema de conversación original. Vanessa se rascó la cabeza: «Adolfo, claro. Pero aguanté tres sets».

Se levantó pesadamente y se fue en dirección al refrigerador. Regresó con un vaso de limonada helada que saboreó sonoramente, y volvió a tumbarse con una pierna sobre el brazo del sillón. Yo dejé mi Joyce sobre el parquet y me repantigué, me quedé mirando hacia fuera, a las hortensias y las begonias el jardín, hasta que una nube de somnolencia me atrajo hacia sí como los gestos de una danzarina de vientre egipcia. Entorné los ojos y exhalé un suspiro no menos sonoro que la boca de Vanessa tragando el amarillento líquido helado. Bostecé y puse las manos sobre el regazo.

«¿Tú tampoco duermes bien?», dijo, pero fue más una afirmación que una pregunta. «La maldita humedad...», rezongué sin abrir los ojos, dejándome llevar por la brumosa línea de puntos suspensivos del agotamiento. Miré a mi hermana, que me sonrió cariñosamente. Unas gotas cayeron del culo del vaso y se estrellaron mudas sobre su camiseta y el blanco pantalón corto. Vanessa las enjugó con la mano, pasando sobre el voluminoso pecho y sobre el repliegue que hacía el pantalón entre sus piernas bronceadas. Volví a bajar las persianas de mis párpados.

Hubo un lapso en el que navegué con la lentitud de las góndolas venecianas. Un lejano helicóptero me fue sustrayendo del curso blando del canal y sus confusos recuerdos... El aparato se acercaba y se fugaba, molesto, insistente, cabreante. Abrí los ojos. El moscardón zumbaba alrededor de mi cabeza. El relieve de Vanessa adquirió masa y dimensiones. Su mirada reposaba entre los dedos de su mano derecha y la ingle. El muslo colgante del reposabrazos de madera se balanceaba muy ligeramente. Sólo había dos dedos sobre el blanco pantalón de tenis; salvo el meñique y el pulgar, los otros estaban ocupados dentro de los pliegues de la tela. El movimiento era casi imperceptible. El ángulo inferior derecho del pantaloncito estaba subido, y el amarillo claro del reborde de su braguita montaba sobre el blanco impoluto; en medio, un ensortijado enjambre rizoso en el que penetraban los tres fugitivos. Un pequeño movimiento de la cabeza fue el resorte para que mis comprometedores párpados se fruncieran.

Un ansioso instante después volví a abrir lentamente los ojos. El ángulo de los muslos se había incrementado varios grados. Los dedos emergían en ese momento de las profundidades de su sexo para volverse introducir lentamente. La otra mano sujetaba la braguita y el borde del pantalón. Fijé mi mirada; no quería perderme detalles de los gestos voluptuosos de mi hermana. Extrajo los dedos y los llevó a su nariz, los abrió y observó la incolora muestra líquida. Apiñó los cuatro dedos y tras colocarlos en la entrada a la cueva de sus placeres los empujó con un casi inapreciable movimiento de rotación entre los labios de su sexo.

Vanessa dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, lo que me permitió abrir sin temor los míos al máximo. Sus caderas se movían ligeramente hacia los lados, adelante y atrás. La muñeca giraba, los nudillos salían a la superficie para volver a hundirse. Los labios de mi hermana estaban entreabiertos y su lengua los recorría. Una película transparente brillaba en ellos. Su rostro reflejaba beatitud y transfiguración. Dejó escapar un prácticamente inaudible gorjeo. Su cabeza se enderezó, yo raudo y muy previsoramente cerré los míos. Entre las cortinas de mis pestañas vi que me miraba atentamente. Sus dedos se paralizaron dentro de la vagina, los labios de su coño eran visibles, hinchados y de color rosado subido de tono, con el mantito negro de su vello púbico a ambos lados y sobre el monte de Venus.

La situación estaba cargada de morbo y yo sin el menor remordimiento sólo pensaba, anticipaba, deseaba seguir viendo la sesión onanista de mi hermana; que llegará hasta el final y que pudiera ver los gestos, su faz, oír su respiración y los sonidos de su garganta cuando se viniera en un orgasmo. Dentro de mi pantalón, mi miembro se apretaba con fuerza. Deseé que el bulto no llamará la atención de mi hermana. La situación sería embarazosa; sin embargo, una parte de mí deseaba que ello ocurriera con un arrebato inconfesable. Estaba calentísimo, y de no ser porque ignoraba la reacción de Vanessa, me hubiera sacado la durísima y tiesa polla y me hubiera hecho una paja salvaje hasta correrme delante de ella.

(Continuará)


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