Deseo Prohibido en Agua Tibia
Por El amante de mi suegra
Enviado el 10/09/2025, clasificado en Amor / Románticos
171 visitas
Enrique siempre había sido un chico normal, veinteañero con la energía y el chisporroteo típico de la juventud. Vivir bajo el mismo techo que Coromoto, su suegra, de cuarenta años, cargada de curvas generosas y esa boca que, sin querer, parecía invitar a mil pensamientos prohibidos… Era todo un desafío para él. Ella, con esa actitud despreocupada y natural, nunca tuvo idea de que Enrique la miraba con más que simple curiosidad.
Era una convivencia rara, sí, pero llena de pequeños momentos en los que Coromoto se dejaba ver sin saber del efecto que causaba. A veces salía de la ducha, con el cabello mojado y una toalla semi caída, hablando sola o riendo con su esposo, ignorando la presencia silenciosa de Enrique detrás de la puerta semi abierta. Enrique se esforzaba por mantener la compostura, pero sus ojos no podían dejar de trazar cada línea de su cuerpo, cada movimiento sutil donde el vapor bañaba su piel y ella parecía flotar en esa atmósfera tibia.
Aquella tensión contenida se volvía casi irrespirable cuando Enrique aprovechaba que ella no estaba en la sala para espiarla mientras se vestía, dejándose llevar por esa mezcla de deseo y culpa que hacía palpitar su corazón con más fuerza. Y no solo eso… cuando escuchaba los murmullos de sus encuentros con su esposo, la imagen siempre era más intensa, más privada, más suya y prohibida.
En una de esas tardes, mientras ella se duchaba y él, sin poder evitarlo, la observaba desde la sombra, algo cambió. Ese juego silencioso terminó cuando Coromoto, con una mezcla de descaro y picardía, giró justo para verlo y, sin decir palabra, comenzó a tocarse suavemente, haciendo una invitación muda pero clara.
El vapor de la ducha danzaba en el aire, envolviendo todo con una tibieza que parecía acariciar la piel. Coromoto dejó que el agua corriera sobre sus curvas, jugando con cada gota como si la lavara también de sus dudas y prohibiciones. Enrique, tembloroso y al borde del deseo contenido, la observaba sin poder apartar los ojos, capturando cada detalle: el brillo húmedo en su piel, la forma en que sus manos exploraban suavemente, y cómo sus labios se humedecían, tan cerca del susurro de su propia voz.
Ella no apartaba la mirada, y en su pecho se dibujaba una sonrisa que desarmaba todas las defensas de Enrique. Sin decir nada, sus dedos descendieron por su cuerpo, tocando zonas que él solo había imaginado en silencios nocturnos. La invitación estaba hecha, un pacto sin palabras en medio del chorro tibio que los envolvía.
Enrique sintió cómo el agua caía también sobre sus propios sentidos, haciéndolo más consciente de cada latido de su corazón desbocado. Dio un paso tímido, luego otro, hasta que sus manos pudieron rozar a Coromoto, descubriendo la suavidad bajo sus dedos, la calidez que lo retaba a ir más allá del simple deseo. Sus miradas se entrelazaban, cargadas de una electricidad que prometía muchas noches más.
La mezcla del aroma del jabón con el sudor tibio, los murmullos entrecortados y el roce constante creaban una coreografía sensual, un ballet íntimo de cuerpos y emociones prohibidas. Cada caricia era un secreto compartido, cada suspiro un puente hacia un mundo donde la realidad y la fantasía se fundían en un solo instante.
La aventura apenas comenzaba, y en ese choque de pieles al ritmo del agua, Enrique y Coromoto encontraban no solo placer, sino una conexión inesperada que desafiaba todo lo establecido.
El agua caliente sigue cayendo, y cada gota parece un susurro contra sus cuerpos, despertando sentidos olvidados, encendiendo cada nervio. Enrique siente la piel de Coromoto temblar apenas bajo la suya, y no es solo el agua, es la electricidad del peligro, del deseo, de lo prohibido.
Se acercan lentamente, sin prisa, dejando que la tensión crezca. El roce de sus manos es un lenguaje secreto, una promesa de placer y de riesgo. Coromoto lo mira con esos ojos que deslizan fuego, y Enrique responde con una caricia que prende su piel. Su boca se acerca, un beso que sabe a secreto compartido, a pecado dulce.
Los sonidos de la ducha se mezclan con sus respiraciones, con sus suspiros y sus palabras susurradas, que son más abrigo que abrigo. El calor no solo viene del agua, sino del roce de sus cuerpos, del tacto explorador y suave que recorre cada curva y cada contorno, despertando memorias y fantasías.
Enrique siente cómo el miedo se convierte en un motor, cómo la adrenalina hace temblar cada fibra de su ser mientras se entregan a ese instante suspendido en el tiempo. Cada caricia es un descubrimiento, cada beso un grito ahogado, un deseo liberado en la intimidad, lejos de miradas y juicios.
La importancia de la conexión emocional se siente en cada gesto, en la manera en que Coromoto lo invita a descubrirla, a quererla, más allá del cuerpo. Esa mezcla de ternura y pasión es el verdadero motor de su encuentro, donde cada sensación es alumbrada con la luz tenue del agua tibia.
Afuera, el mundo sigue su curso, ignorando el fuego que arde dentro de aquella ducha. Pero para Enrique y Coromoto, allí y entonces, todo es un universo concentrado, un pacto sellado con sus cuerpos, con el tacto, la mirada y la entrega.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales