EL DESCONSUELO DEL SEÑOR MULLIGAN

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EL DESCONSUELO DEL SEÑOR MULLIGAN 

 
 
        En la parada del autobús de Kensigton Road volvió a ver el sombrero beige y el bolso a juego colgado del brazo. Una línra apenas señalada agrandaba los pequeños ojos marrones; en los labios un toque sencillo de pintalabios rosado.
 
Frank se colocó en la fila que esperaba la llegada del autobús. Pagó a la conductora, sin dejar de mirar hacia ella. No había sitios libres en la parte de abajo, así que ella subió al piso superior. Él la imitó. Al pasar por su lado percibió el aroma de su perfume que conocía tan bien. Toma asiento un poco atrás.
 
Unas gotas se desprendieron de las nubes grises. En el día gris londinense comenzaba a lloviznar.
 
Addington Square.
 
Ella se levanta. Al pasar por junto a Frank retrasa deliberadamente un paso. Espera cogida a la barra junto a él. El señor Mulligan con un nudo en la garganta nota el corazón acelerado, comienza a transpirar. Toma aliento y está a punto..., pero, como las otras veces, nuevamente se viene abajo. 
 
Cuando va a bajar al piso inferior, la mujer lo observa. El señor Mulligan le devuelve la mirada fugazmente. «Tal vez la próxima vez...»
 
Cuando ella baja del autobús y camina por la acera, un vacío de desconsuelo es lo único que llena el pecho de Frank Mulligan, hasta que el velo de la tristeza inunda su corazón. «La próxima vez. Seguro», se dice compungido.


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