DIÁLOGOS DE MEDIANOCHE (2)

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         DIÁLOGOS DE MEDIANOCHE (2)

 

                                                (Continuación)

 

Ella asiente.

Marce: Descafeinado, por favor. (Se levanta). Voy al aseo.

Él llama al camarero.

Camarero: ¿Señor? (Obsequioso. Tiene una mirada profunda y benevolente, casi intimista)

Rubén: Dos descafeinados (Echa un vistazo hacia el aparador). Y dos magdalenas de chocolate, por favor.

El camarero da la vuelta y se dirige hacia el mostrador.

Rubén: ¡Bien calientes, por favor!

Camarero: Por supuesto, descuide, señor.

Por el lado derecho reaparece la mujer. Él observa su caminar. Parece cojear ligeramente. Por primera vez la contempla enteramente. Es de mediana estatura. Cabellos castaños claro. Ojos espabilados. Gesto ligeramente tímido, pero su mirada refleja una seguridad interior frito de conocimiento y experiencia. Lo mira directamente. Él cree descubrir una cierta ternura en la linea de los labios que han vuelto a ser pintados con la misma elegancia.

Marce (Sentándose) (Una sonrisa de apariencia falsamente distraída): ¿Vives por aquí?

Rubén: a dos calles. Nací aquí, en la calle Provença. (Hace un gesto envolvente). Soy sumamente hogareño; los cambios no se me dan bien. ¿Y tú?

Marce: Ahora vivo en Gràcia (evasiva), no me importan los cambios. ¿Quieres saber algo más? (Ella misma sin pausa continúa) Me gusta caminar por la ciudad, descubriendo calles, edificios, visitando exposiciones, con salidas esporádicas, sin prisa...y la lectura...

Rubén: Y el cine.

Ella sonríe abiertamente. Todas las reticencias se han diluido en los ojos verdes de él, en la franqueza de su mirada, si tono de voz sincero.

Vuelve el camarero con los cafés y las magdalenas. La lluvia ha cesado. La pareja joven se levanta. Esperan la vuelta del camarero para pagar la cuenta. El camarero marcha.

Marce (Mirando festivamente las magdalenas y poniendo las manos alrededor de la taza de café): ¡Ay, gracias... (en tono de broma) eres un caballero.

Él devuelve la sonrisa. Relajado. Sus ojos brillan y eso no pasa desapercibido para la mujer. Mira otra vez por la ventana.

Rubén: Ya va parando. Podremos salir sin mojarnos. (No lo dice, pero oye en su cabeza: «¡Lástima, podría estar aquí toda la noche... hasta el alba! ¡Cosa extraña, nunca me había sentido tan cómodo con una mujer, una desconocida!» Inmediatamente, también en su mente, una afirmación asombrosa para él mismo dijo: «No es una "extraña"»; luego: «Es como si la conociera de toda la vida». Volvió a la mesa. Observó las manos de la mujer, sin anillos, con un par de pulseras plateadas.

Marce da un bocadito a la magdalena.

Marce: Me encanta el chocolate. Gracias.

Rubén: Me alegra coincidir (Pausa. Rubén lleva la taza a los labios y sorbe el caliente y humeante café. Después pasa la punta de la lengua sobre el labio superior). Aunque... el pastelillo de sara es delicioso, por supuesto.

Marce: ¿Te gusta pasear de noche por la ciudad?

Rubén: Sí... (Se interrumpe. Su mirada se hace lánguida. Ella le observa en silencio, esperando). Aunque, hace años que no lo hago.

Marce: Yo suelo hacerlo, pero son paseos cortos. Hoy..., bueno, hoy me apetecía bajar para tomar un último café.

Rubén: Pues, me alegro. Quiero decir...(Con gesto de embarazo).

Marce (se ríe e inmediatamente para no parecer descortés. Se ha clavado las uñas en la palma de la mano): No, no; yo también. Quiero decir que me alegro mucho... de conocerte.

(La mujer mayor toma un paraguas de mango largo, se abrocha el abrigo verde botella y abandona el local.)

Rubén: Creo que deberíamos dejar que el empleado recogiera y cerrase el local, ¿verdad?

Marce (Termina una pequeña porción restante de magdalena y apura la taza de café): ¡Uhmmm, muy rico! Cuando quieras.

(Rubén ayuda a Marce a ponerse la gabardina. Ella se coloca graciosamente su sombrero sobre el cabello, ligeramente ladeado. Después su chaquetón. Se apresura cómicamente al mostrador.)

Rubén: Te invito.

Marce: De ningún modo...

Rubén (pasando su tarjeta por el lector electrónico. Se sonroja): Tú pagas la próxima vez.

Marce (con los ojos brillantes y una sonrisa ilusionada): Perfecto, de acuerdo.

(Dan las buenas noches al camarero y salen a la calle. La temperatura es fría en contraste con la de la cafetería. Marce se estremece con un escalofrío. Rubén se quita la bufanda y con delicadeza la coloca sobre las solapas de la gabardina. Ella al tomar la bufanda escocesa por un cabo riza los dedos de él.)

Marce: Gracias.

Rubén: Bueno, pues... Ha sido un placer, Marce.

Marce: Igualmente.

(Ambos se miran en silencio, comparten una sonrisa. Rubén tiende la mano a modo de despedida. Marce acerca el rostro y Rubén besa las mejillas frías de ella.)

Rubén: Buenas noches.

Marce: Buenas noches.

(Él da dos pasos hacia la derecha. Marce sigue inmóvil. Las nubes despejan el cielo. La luz difusa del creciente se refleja en el parabrisas de un automóvil. Rubén se vuelve.)

Rubén (rápidamente): ¿Quieres que te acompañe hasta Gràcia?

Marce: No es necesario, de verdad...

Rubén: Yo quiero...

Marce (se acerca a él, le ofrece el brazo): Yo también.


Las calles están desiertas. Los zapatos chasquean sobre los charcos. La luz de los semáforos destella alternativamente pasando del verde al rojo; ellos cruzan las calles sin prestarles atención. La noche despliega sus alas y sin ellos saberlo se acerca a su próxima cita.

Cuando llegan a la puerta de la casa de ella, Rubén se despide con una mano sobre el antebrazo de ella. Luego, Rubén se aleja unos pasos. De repente oye la voz de Marce.

Marce: ¿Mañana? ¿Cenamos mañana?

Rubén (con voz alegre y gesto cómico): Sí, pero pagamos a medias.

 

                                                      (Continuará)


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