Bajo los arces (segunda parte)

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Me coloqué tras ella y me introduje entre medio de las esferas pálidas. El coño de Luisa era acogedor, ardiente, chorreante. Mientras la follaba, Luisa dejaba escapar jadeos y gemidos gatunos, yo miraba a Gustavo, que observaba sin perder detalle mi cabalgadura sobre su mujer. Sus ojos miraban con atención los gestos del rostro de Luisa, en especial cuando articulaba sonoros cuasi lamentos guturales. Siguió así hasta que se levantó con la tranca oscilando a cada lado y se aproximó a Luisa.

Yo seguía montándola... Mi polla llegaba hasta lo más adentro de su vagina inflamada de gusto. Gustavo llevó su polla a la boca de Luisa, que glotonamente inició una mamada magistral. Se escuchaba cada lametón, cada succión, hasta el momento en que Gustavo se agarró a la cabeza de Luisa con un estremecimiento, dejando que su esperma lanzará chorros dentro de la boca de ella. Vi que tenía un rictus entre el placer y el dolor, una mezcla indefinible...y me corrí a mi vez con un galope frenético en el coño caliente y mojado de Luisa. Mi leche se desparramaba en su vagina una y otra vez, mientras dejaba escapar unos gemidos largos y agudos.

Vi que Gustavo observaba muy fijamente cómo yo terminaba de regar el interior de su mujer. Ella seguía con su polla en la boca. Yo saqué la mía, que comenzaba a aflojarse, con un largo soplido. Un reguero de esperma y flujo brotaron por el agujero distendido del chocho de Luisa.

Un minuto más tarde, se incorporó y se abrazó con Gustavo, que le limpió un churrete de saliva mezclada con un resto del semen que ella había tragado, resbalando hacia la barbilla.

Yo me vestí junto a ellos dos y nos dirigimos a la casa. Cuando llegamos al dintel de la puerta, Gustavo comentó con una sonrisa sibilina: «Hay que cumplir las reglas del juego». Respondí también con una sonrisa. Él insistió: «Dime, ¿qué te ha parecido?». Asentí con la cabeza y repuse: «He tenido suerte en esta mano». Me guiñó el ojo y sentenció: «Tú volverás a ganar cada partida a la que te invitemos..., si es que te ha divertido».

Cuando subía a mí habitación de invitado, me puse a meditar. Lo cierto es que, en definitiva, no me importó quién se folló a quién..., y volvería a jugar a tantas partidas como me siguieran invitando con sus juegos sexuales tan placenteros, me dije.


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