Lleva su taza de café humeante en la mano y bosteza somnolienta al acercarse a la ventana de la sala. Se compone el cabello y mira el jardín, los edificios cercanos. El frescor de la mañana de otoño acaricia el suave cutis y su cuerpo caliente bajo el pijama.
Sorbe el primer aromático trago y observa el cielo azul repleto de las blancas nubes que traen la lluvia con toda seguridad (su abuela llamaba a este cielo "aborregado").
Inmediatamente piensa en él, tan lejanamente cerca de ella, de su pensamiento y mucho más. «Es nuestro cielo», piensa, y se apresura a captar la preciosa instantánea del firmamento irrepetible y transitorio. En fragmentos invisibles la imagen de compone en el otro lado de sus pensamientos.
Él lleva un rato escribiendo. Escribe para ella. Escribe por ella. Es su mundo propio, secreto, compartido. Un mundo de fantasías de los dos. Ahí no caben distancias, pues los corazones se abrazan de una forma distinta y son como una lumbre deliciosa en la que risas y desánimos, tristezas y alegrías conforman un abrazo permanente y solidario.
Abre el alféizar sagrado de las partículas y... allí está ella con su beso cálido y su cuerpo esponjoso, con sus pensamientos tan luminosos. ¿No podéis escuchar su suspiro, el latido incombustible de su pecho al volar hacia los algodones blanquecinos de Castilla?
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