PEGAR A UN NIÑO
«Una bofetada a tiempo evita ese comportamiento».
Aunque en pleno siglo XXI pueda causar asombro escuchar abiertamente expresada en público esta frase de apología de la violencia, no es fácil encontrar a alguien que no la haya oido en algún momento.
Tampoco es fácil encontrar a alguien que se haya opuesto abiertamente a esas palabras y se haya negado a convertirse en cómplice con su silencio, a fin de evitar polémicas desagradables.
Mientras que la sociedad se opone a otro género de violencia, sorprende ver la aceptación ovejuna con que se justifican estas prácticas o prédicas aberrantes.
Transigir con este género de opiniones, dicho en puridad, no es otra cosa que apoyarlas, participar en la pervivencia de la execrable práctica de abofetear (en ocasiones, algo peor) a un niño como derecho de los progenitores.
Cuando los actos de los hijos no son del agrado de los padres o, sencillamente, cuando chocan con los planes y tiempos diseñados para la familia, algunos progenitores u otros familiares directos no dudan en mostrar sus raíces ancladas en el autoritarismo, que tiene en este terreno, la expresión la cultura del abuso y la superioridad frente a los niños y a las niñas.
Debería avergonzar a quien las pronuncia, o a quienes asisten a ese denigrante espectaculo, aunque fuera por la diferencia de situación o la simple comparación del tamaño de los agresores y las criaturas.
Provoca también sonrojo escuchar argumentos justificativos para aminorar el repudio a las practicas de humillación verbal o represión fisica de indefensas criaturas, apoyándose en el "derecho de paternidad", en base a la presión del modo de vida que impone el modo de relaciones de producción.
¿Sostienen ese metodo "pedagógico" para educar también a los adultos?
Las actitudes de tolerancia respecto los adultos que aplican semejantes métodos de maltrato a la infancia, supone verdaderamente un doble abofeteamiento para los niños.
Habría que excluir de nuestro entorno y aislar a quienes sostengan tales execrables ideas, que muchos aceptan por la dinámica oculta de la tradición familiar.
Es claro que no todas las personas son capaces de estar a la altura de la enorme responsabilidad social de educar a las nuevas generaciones en condiciones de igualdad y respeto integral a la personalidad de los niños; tampoco de sus propios hijos. El hecho de que la actual forma familiar, y las relaciones sociales de producción en la que se asienta, adopten la forma de individuos propietarios (de un automóvil, una hipoteca, una mascota...) es la raíz de ese abuso patriarcalista, que responde con la violencia verbal, con los castigos y hasta la violencia física directa, a su propia incapacidad, su impotencia, su irritabilidad, su incompetencia para asumir la importante tarea social de cuidar, proteger y educar a las nuevas generaciones, procurándoles un mundo mejor y de mayor progreso cultural y la felicidad.
No se pueden aceptar las alegaciones justificativas. No se puede pretender un supuesto derecho sobre quienes no se encuentran en una situación de igualdad, que sólo se puede sostener en una autoridad represiva llena de frustraciones y complejos.
Tener capacidad genital de procrear no debe dar derecho a traer al mundo a otros seres humanos, cuyo destino sea padecer bajo un yugo coercitivo con el argumento tóxico, tosco y poco imaginativo de que "siempre ha sido así", o basado en los temores y el pánico ante los avances sociales en materia de sociabilidad y el respeto de todos y cada uno hacia todas y todos los demás.
Quienes no se sientan capaces de educar con amor y paciencia a las niñas y los niños, deberían renunciar por sí mismos a traer hijas e hijos a un mundo que repite por cientos de años unos repugnantes comportamientos de crueldad y violencia sobre la infancia.
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