Si pudiera caminar en línea recta, sin encontrar ningún obstáculo, da igual en que dirección, hacia el norte o el este, hacia la derecha o hacia abajo, a lo largo o ancho de toda la esfericidad de la Tierra, volvería al punto de partida donde me encuentro ahora.
Sólo habría cambiado el tiempo, el tiempo en el espacio.
Podrías no haber estado en el lugar donde nuestros caminos se cruzaron. Tú, en otro lugar; yo, en otro momento. El tiempo me desarma.
Como entonces, como ahora..., quizá como siempre.
Trazo puntos que se conectan; son líneas; son curvas; son sombras; relieves. Y de esa nada bidimensional sales tú: tus ojos tristes y sombríos, tus labios tropicales. ¿Donde estaba entonces la llama de tus pupilas?
Mis pómulos se constituyen en los brillantes riscos por las que descienden las interminables cataratas de tu ausencia. No estás, tampoco estarás. «¿Cuándo estuviste, amada mía?»: es mi voz, tenue, sílaba a sílaba, hiriente...¡Oh, tantas veces!
Eres imágenes revueltas en mi mente. Eras verso y eres poeta descifrando la médula de las palabras de miel que salieron de tu alma, en esa fotografía. Mariposas de viento, pétalos sagrados entre la revuelta sangre de América.
Te suprimo para no morir. Tengo miedo de morir y que tú dejes de existir en este bastidor de sueños que fuimos tú y yo.
Parecía tan fácil reventar las cancelas de la distancia..., ¡y no supe volar junto a tus alas de terciopelo!
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