Seduciendo al Taxista

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Tuve una noche de chicas con mis amigas en la discoteca. Bailé con desconocidos, varios tocaron de más, pero no sucedió mucho más que eso. Cuando la noche ya había terminado, cada una pidió un taxi y pensé que regresaría a casa sin haber tenido acción. Para mi sorpresa, mi conductor era un hombre sumamente apuesto, tal vez era el alcohol, pero cuando lo vi decidí que iba a comérmelo.

Se supone que debía ir detrás, pero me senté en el puesto de copiloto haciéndome la distraída. Cargaba solo un corto vestido negro sin nada debajo, no me costó nada lucir sexy para él. Mordía mis labios escuchando su varonil voz, haciendo comentarios triviales del clima y el tráfico.

Él era un hombre bien definido, sus bíceps llenaban las mangas de su camiseta, sus brazos estaban llenos de tatuajes, sus manos anchas sostenían con fuerza el volante. En un semáforo volteó a verme, sus ojos negros cómo tinta recorrieron mi cuerpo y le respondí con una sonrisa.

Me preguntó si tuve una buena noche y sin tapujos respondí “Me divertí, pero esperaba amanecer en un cuarto de hotel, no tuve suerte”. Ambos reímos, él coqueteó diciendo “Si bailara con una mujer como tú, mínimo intento besarte o tocarte”. Abrí mis piernas y mi corto vestido dejó ver todo. Lamí mis dedos y comencé a tocarme.

Le pregunté: ¿Qué más harías si bailaras conmigo? Él volteaba a verme a mí, al tráfico, los peatones, se notaba nervioso, pero me respondió: “Habría aprovechado cada segundo para pasar mis dedos por tu piel, para unir tus labios a los míos, para pegarme a ti y sientas lo duro que me pones”.

Sus manos apretaban con fuerza el volante tratando de resistir el impulso de tocarme. Entre gemidos le pedí que siguiera hablando y no me defraudó. Me hizo estremecer diciendo “Te habría tomado de la mano y llevado hasta el baño de la discoteca, ahí te manosearía con más libertad, para luego levantar tu vestido y cogerte sin piedad”. No fueron las palabras, sino el tono en el que habló: lento, sugestivo, cargado de deseo.

Yo seguía metiéndome los dedos, excitada como nunca, él tomó valor y acarició mis pechos, saqué mis tetas para que las tocara con gusto. Su rústico toque me hacía temblar, mis pezones estaban duros y mis gemidos se intensificaban. Luego bajó sus manos a mi entrepierna, pero la distancia impedía que se concentrara en la carretera, di la vuelta y me arrodillé en el asiento, poniendo mi vagina a su disposición para que metiera los dedos, lo hizo suavemente disfrutando de mi humedad.

Paró el auto y dijo “Puedo seguir derecho hasta tu destino o cruzar hacia esa montaña y estacionar unos minutos entre los árboles ¿Qué opinas?”. Me senté cayendo en cuenta que este era un desconocido invitándome a coger en el bosque, pero no quería dejar todo a medias, estaba muy excitada y acepté.

Mientras él manejaba me acerqué a sus pantalones y los desabroché, su pene salió como un ser que necesitaba respirar. Estaba duro, grueso, pesado, con venas palpitantes, la cabeza sonrojada y lo metí en mi boca. Su sabor era adictivo, masculino, estuve chupándolo como la golosina más deliciosa hasta que arribamos al lugar.

Al llegar, miramos que no había nadie y me subí en su erecto miembro. Nos besamos en un abrazo lleno de pasión. Mis caderas se movían automáticamente sintiendo su envergadura. Él tiraba de mi cabello para besar mi cuello y mis tetas. El espacio era limitado y a los minutos nos mudamos al asiento trasero. Primero entré yo, estaba en cuatro esperando que él entrara, pero sin decir nada me tomó por la cintura, gemí al sentir su tacto.

Él no esperó por comodidad ni nada y de una vez me penetró. Comenzó a chocar contra mis nalgas una y otra vez, el ángulo, el ritmo, la sensación de tenerlo dentro de mí, me tenía derretida en ese asiento. Su velocidad aumentó, si alguien se acercaba escucharía los aplausos de nuestros cuerpos chocando. Mis gemidos también aumentaron de volumen acompañado de “Sigue, por favor, no pares”.

Él no bajó el ritmo en ningún momento, siguió sin parar viéndome a su merced, cada empujón se sentía como una inyección de placer. Mis gemidos eran una mezcla de risa y llanto. Las paredes de mi vagina se contraían cómo queriendo atraparlo. Me derrumbé en el asiento sintiendo un calor y al mismo tiempo un escalofrío, recorriendo todo mi ser.

Él seguía mientras yo trataba de recuperar la conciencia y me advirtió que estaba por acabar. Dio un paso hacia atrás y me sacó del carro. Me sentía débil, pero con ganas de una dosis de leche. No tuvo que pedirlo, yo misma me arrodillé en la grama y chupé su verga llena de mis fluidos. Bastaron solo segundos para que sus gruesos y calientes chorros llenaran mi boca.

Acomodamos nuestras ropas, volvimos a besarnos y subimos al auto. Yo debía llegar a casa y él tenía que seguir trabajando así que me llevó hasta mi puerta. En la aplicación lo califiqué con cinco estrellas, recomiendo sus servicios sin dudarlo.


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