LA PROMESA

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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Nubes amenazadoras, de un tinte funesto, se agolpaban en el cielo oscuro, presagiando la tormenta. Un relámpago zigzagueó en el horizonte negro, iluminando brevemente el entorno. El viento soplaba con terrible fuerza, sacudiendo los postigos de las ventanas con violencia y aullando en las rendijas. La lluvia era torrencial; al atravesar el chorro de luz temblorosa procedente de la farola exterior, se convertía en cascadas de oro reluciente: una ilusión efímera en medio de la oscuridad. Retumbó el trueno, un rugido sordo que sacudió los cimientos de la casa.

 

A resguardo tras el cristal empañado, con una taza de café caliente entre las manos, movió la cabeza, intentando disipar sus funestos presagios, esa sensación persistente de que algo terrible estaba a punto de ocurrir. Y entonces, en un instante fugaz entre relámpagos, la vio: una figura inmóvil de pie al fondo de la calle desierta, azotada por el vendaval que levantaba remolinos de polvo y hojas. Era solo una silueta, una sombra vacilante que avanzaba lentamente entre las tinieblas, como secuencias de una antigua película en blanco y negro.

 

Un relámpago repentino rasgó el cielo plomizo e iluminó por un instante su contorno. Llevaba el elegante vestido de noche —tan fuera de lugar en aquel día desapacible— con el que la habían enterrado. Era ella, no cabía duda. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, helándole la sangre. La imagen resultaba espeluznante: un espectro salido de las pesadillas más profundas. El espíritu de Elisa había escapado de su tumba solitaria en el cementerio. Había regresado de entre los muertos para exigirle, después de tantos años, que cumpliera la promesa que le hizo.

 

Le había jurado que estarían eternamente juntos. Fue una promesa hecha a la ligera, en un momento de locura transitoria alimentada por el champán y la pasión incipiente, que ahora, cinco años después, le pesaba como una losa de plomo sobre el alma.

 

Pero no había opción, al menos eso se repetía una y otra vez: debía cumplir con su palabra y seguirla al otro lado, o convertiría su existencia en un infierno aún peor del que ya era, tal y como lo había hecho en vida durante su tormentosa relación. Era posible también, se decía intentando aferrarse a un clavo ardiendo, que aquella visión solo fuera fruto de su desbordada imaginación, una alucinación provocada por el insomnio y el whisky barato.

 

No obstante, el escalofriante fantasma, caminando como una muñeca articulada, seguía acercándose muy despacio, como saboreando anticipadamente su terror creciente.

 

Un terror que, al llegar a su punto álgido y venciendo sus dudas, sin vacilaciones ni espacio para la reflexión, lo empujó a extender la mano temblorosa y tomar la pistola que reposaba fría y amenazante sobre el escritorio de caoba…

    

    

    

    

    

   

    


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