EL COÑO DE JACINTA (uno)

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Goyo se recostó en el respaldo del sillón.

—Ahora, ¿por qué no? —repuso.

Tras un silencio, todavía con voz dubitativa aceptó:

—Bueno, pero prométeme que no vas a grabar nada.

—Claro que no, Jacinta, ¿por quién me tomas? —Goyo era sincero. Se trataba de una apuesta con Koldo; ¿nada más?

Koldo era el hermano de Jacinta. Había tenido una agria discusión con ella cuando entró en el baño un mes atrás y le encontró cascándosela. «Pues, haber llamado, ¡idiota!», le respondió enfadado no porque su hermana le hubiera pescado "in fraganti", sino porque le llamó centauro degenerado y le obligó a salir con el pollón tieso. ¡Y si sus padres le hubieran visto, en pelotas, con la polla empalmada!

—¿Te gustaría gastarle una broma a mi hermana? —le dijo a Goyo. Koldo era un amigo del gimnasio al que iba Goyo. Era homosexual y eso, a su modo de ver, hacia las cosas diferentes. La idea era vengarse obligando a Jacinta a reconocer que también ella practicaba la masturbación y poder devolverle los insultos. Ya había pensado cómo le iba a devolver los insultos («amazona caliente», eso era lo que le diría), pero para eso necesitaría un ardid. Koldo sería el señuelo en el que picara.

Jacinta llevaba su anorak marrón claro y... nada más. Debajo iba a pelo. Había conocido en una web de ligues privada a Koldo (Juan, para la ocasión) y después de un mes las argucias de Koldo la habían conducido a un intercambio de striptease con él por correo electrónico. Jacinta estaba encandilada por el cabello rubio rizado y los ojitos azules celestes de su amigo de contacto. Ya había jugado a eso con una amiga hacía dos o tres años. Era su secreto, porque Jacinta vertía hacia afuera una imagen de mujer seria y cerebral. ¡Nadie sabía cómo ardía su sexo con sus pajas nocturnas, en su cama, con la luz encendida y el espejito de mano por toda compañía!

Jacinta se acercó a la cámara y bajó la cremallera hasta el final. Sus dos gigantescas masas mamarias salieron a la vista.

—Los pezones...

—¿Cómo?—dijo

—Que no se ven los pezones —aclaró Goyo-Juan.

Ella se miró. Efectivamente, sus grandes y esféricos, sus marroncitos oscuros pezones granulados, con las gruesas bolitas rectas quedaban atrapadas por la tela.

—Ya..., pero después tú me enseñas. —Se abrió el anorak y lo deslizó desde los hombros hacia atrás. Las tetas quedaron totalmente al descubierto. Aquellos pezones grandes ocupaban el centro de la carne y de la pantalla. Jacinta las agarró con las dos manos y las apretó, jugando con los bulbos oscuritos.

—¿Qué —dijo expectante— te gustan?

Goyo dejó escapar un silbido. El silbido salió realista porque Goyo quedó impresionado al ver aquellas mamellas. Koldo le había enseñado una fotografía de su hermana en bikini, en la playa de Salou, por tanto, sabía que Jacinta era una mujer gruesa y rolliza..., pero esas tetas eran... atractivas (la palabra salió espontáneamente del cerebro de Goyo. Aunque a él lo que le gustaban eran las redondeces firmes de los culos masculinos, las pelotas de los huevos de los hombres, las pollas tiesas y duras, dentro de su boca o dentro de su recto; verlas, acariciarlas, notar su dureza de madera, frotarlas hasta que resbalara la leche caliente llenándole el puño aferrado a ellas...Esa sensación de gusto al ver los senos de Jacinta le causó extrañeza. Naturalmente había visto otras muchas tetas. En todas las revistas de folleteo salían morenazas o rubias con pechos grandes que jodían con machos bien puestos, pero...bueno, cosas raras, se dijo al fin).

De soslayo miró a Koldo, que estaba a su lado, pero lejos del objetivo de la cámara del ordenador. Koldo tenía una sonrisa pícara y vindicativa viendo a su hermana mayor puesta en secreta evidencia.

—Te toca —dijo Jacinta volviendo a sentarse atrás. Dejó sus senos al aire. Goyo se levantó y en susurros le dijo a Koldo:

—Oye, ¿ya está, no; con eso te basta?

—De eso nada. ¿No quieres ver más... todo? La tienes colada, tío.

—Pero..., yo tengo que...

—Pues claro..¿No te dará corte? ¿Por mí..?

No, a Goyo no le importaba; al contrario, la situación le creaba un cierto morbo y enseñarle la minga a Goyo también le excitaba. Ya notaba los primeros síntomas...

—Allá voy...

Se bajó el pantalón de chándal. Ante la vista de Jacinta apareció el paquete de Goyo. Lo cierto es que tenía un buen pedazo de pene, pero ahora estaba en reposo...o casi.

—Tócate. Así no se aprecia.

Goyo o se acarició el bulto por encima del slip, desde la polla oblicua y apretada dentro hasta los huevos. Observó cómo Jacinta se aproximaba para ver mejor. Eso de alguna manera hizo que se desatara su libido. Agarró el falo y éste respondió poniéndose más duro. Goyo abrió los muslos. El paquete estaba ya hinchado y se marcaba perfectamente la forma del capullo.

—¿Así? —preguntó.

—No. Tú has visto más. Koldo, por debajo en un chis le dijo:

—Dile que quieres más. Que quieres verle todo, de lo contrario no verá más.

Goyo giró la cabeza, invisible ahora para Jacinta, y negó con los labios apretados.
Goyo, en un susurro: «¿Estás seguro? Es tu hermana... Koldo cabeceó con una malévola sonrisa en los labios.

—Vale, pero entonces, tú me enseñas el coño.

Sin dudarlo, Jacinta respondió afirmativamente con voz más excitada.

Goyo metió la mano por encima de la goma. La bajó y la punta del glande emergió, grueso, rosa fuerte, una esfera dividida en dos con un cráter labial. Con la otra mano se acarició los cojones.

—Bájatelo —pidió la hermana de Koldo.

La prenda elástica se deslizó para dejar ver toda la longitud del mango tieso de Goyo. Su vello púbico era espeso y rubio, pero se apreciaban los huevos grandes y oblongos. Se había puesto cachondo y la tranca estaba tiesa y muy dura.

—Muévela. Enséñamela de lado; también los huevos.

Goyo obedeció.

—La tienes muy grande.

Goyo se echó a reír.

—Igual que tú las tetas.

Jacinta se las magreo.

—¿De veras...te gustan? ¿Te gustaría... —agarró los pezones y los pellizcó ante la cámara— hacerlo también tú?


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