LUNA Y RELATO

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Voy a contaros un cuento. Pero, como en todo cuento, hay una parte de realidad, ¿queréis transitar por nuestro mundo de fantasía hacia la realidad?

Hace exactamente un año, en un pequeño pueblo olvidado por el tiempo, vivía una joven llamada Luna. Luna, aficionada desde niña a la lectura, siempre había soñado con escribir, pero hasta ese día no había podido empezar.

Aquella tarde, mientras el sol se escondía tras las montañas, Luna encontró un cuaderno viejo de páginas amarillas y tapas marrones en el ático de su abuela. Las páginas estaban vacías. El cuaderno llevaba esperando durante años que alguien llenará sus hojas desgastadas. Con una mezcla de miedo y emoción, Luna tomó la pluma y comenzó a escribir.

Pero algo extraño ocurrió. En cuanto las palabras empezaron a fluir, la habitación pareció cambiar. Las letras brillaban suavemente, y un suave murmullo llenó el aire. Luna parpadeó y, de repente, frente a ella apareció un pequeño ser luminoso, como un mago, que se presentó como “Relato”.

—Has despertado la magia de las palabras —dijo Relato—. Todo lo que escribas con este cuaderno puede hacerse realidad.

Luna miró el cuaderno con asombro. Sabía que ese día había comenzado algo mucho más grande que un simple relato. El cuaderno era una puerta, una invitación a aventuras que aún no podía imaginar.

Pero justo cuando iba a escribir su primera frase mágica, la pluma comenzó a moverse sola, y en la página apareció una pregunta:

“¿Estás lista para descubrir qué hay más allá de las palabras?”

Luna pensó que lo mejor era comenzar de nuevo, está vez con la frase sagrada: «Érase una vez un ...». De nuevo el cuaderno escribió por sí mismo: "¿Qué es lo que más deseas?"

«Amistad», escribió Luna. El cuaderno se tiñó de un tono verde claro. Luna soltó asustada la pluma, que rodó sobre el papel y apareció una gotita de tinta azul oscuro en el centro exacto de la página. Luna dejó escapar una palabrota. Entonces escuchó tras ella una risita contenida y se le heló la sangre en las venas.

—No te asustes, Luna..., soy yo —dijo una voz cálida tras poner una mano sobre su hombro.

Luna dio un salto.

Se giró. Frente a ella había un chico de cabellos rubios y ojos profundamente verdes. Su hermosa boca se abrió y sus ojos asombrados no daban crédito a lo que veían: era Relato. Pero Relato ya no era el diminuto genio iridiscente. Ahora lo entendía. Cuando Relato le dijo que las palabras que escribiera se convertirían en realidad, de lo más hondo de su corazón surgió la palabra «amigo». Entonces Luna, ya recuperada del susto, se volvió enfadada hacia Relato:

—Lo tenías todo planeado. Eres un ser odioso y manipulador. Voy a tachar lo que escribí y luego...., y luego voy a cerrar el cuaderno para siempre.

—No digas tonterías, Luna. Vas a tener dos vidas a partir de ahora. En realidad, este es un cuaderno mágico porque tú eres una hechicera, como lo era tú abuela. Este es el día prefijado en que tus poderes mágicos han alcanzado su madurez. Tu abuela sabía que en tu corazón latía el torrente de crear vida con las palabras. El cuaderno es tu segunda vida y lo que escribas en él es lo que tú deseas que suceda. Si yo existo es porque tú me has creado.

—Pero tú ya existías. Eras... —Luna entreabrió su pulgar y su índice para indicar el tamaño del pequeño duende luminoso que apareció al escribir las primeras letras.

—Mira lo que escribiste al principio.

Luna subió sus ojos al principio de la página. «Relato»; eso fue lo primero que escribió, antes del destello que hizo aparecer al duendecillo.

—Querías un compañero para tus viajes de aventura tras la puerta mágica del cuaderno. Un amigo... ¡Y aquí estoy! Ya podemos navegar juntos por los infinitos mundos de la fantasía y la imaginación!

Luna sintió un hormigueo incesante en su estomago y esbozó una gran sonrisa. Después se abrazó con Relato. Confirmó lo que en su interior pensaba: había comenzado un viaje largo y cálido hacia parajes desconocidos donde todo podía ocurrir. Cientos de personajes se agolparon en su mente y esperaban poder adquirir movimiento, sensaciones, emociones y pasiones de la pluma de Luna, fruto de sus deseos, de sus recuerdos y de lo más profundo de su ser.

Había anochecido completamente en el ático de la abuela, pero una extraña luminosidad azul inundaba el cuarto donde Relato, que también notaba como decenas de seres imaginarios le hablaban, miraba dulcemente a Luna, que con la pluma de nuevo en la mano, los ojos chispeantes y los labios apretados comenzó a escribir:

«Ariadna ....»

Y el cuento comenzaba a escribirse en parte por sí mismo.


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