ROYAL SILVER (1)

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Estaba cansada y la espera de iba a hacer larga y tediosa. Colocó la maleta a su lado y levantó la parte baja de la falda sobre los empeines: era una costumbre desde la adolescencia..., quizás hasta de la niñez.

Y a un lado, entre su sandalia marrón y las ruedas de la maleta, vio el destello blanquecino.

Era una estilográfica plateada. La recogió del suelo y la miró con detenimiento. Estaba brillante, nueva, diría Carmen. Su punta relucía bajo las potentes luces del techo de la sala de espera.

Royal Silver. Los caracteres dorados también estaban relucientes. La punta era finisima, con una delgadísima linea de azul oscuro; ya había sido estrenada. ¿Quién la habría perdido? Sintió un poco de tristeza por el poseedor de tan bella estilográfica. Y en su mente apareció la imagen de un hombre mayor, serio y con bigote; un ejecutivo tal vez..., pero, ¡no!..., tal vez un representante de una firma importante, joven y dinámico. Un técnico informático..., ¡imposible! Claro, eso era una idea prejuiciosa. ¿Y un profesor de universidad, un teórico cuántico...?

—¡Ay, qué suerte!

La voz era femenina, delicada, pero firme.

Carmen levantó la mirada.

De melena rizada y morena. Ojos azul marino. Labios pintados muy tenuemente. Mejillas con un poco de color. Sonrisa abierta y dientes blancos algo salidos y desiguales. Llevaba un vestido largo, como el de Carmen, pero con volantes; amarillo delgado y fresco. Junto al sombrero de ala ancha y cinta negra, le daba a la mujer un aire ibicenco. Llevaba una maleta granate y una cartera de mano de color ocre claro y un bolso gris.

—Supuse que estaría caída aquí —dijo con voz melosa—. La compré en Granada... —observó a Carmen: sus ojos color caramelo, su boca semiabierta, los dedos regordetes sujetando la estilográfica. La sorpresa inicial dejó paso a una sonrisa. Los párpados de Carmen se elevaron sin poder ocultar la admirativa atención con que miraba el rostro bello de la mujer—. ¡A que es preciosa!

Carmen sacudió la cabeza levemente afirmativa.

La mujer se quitó el sombrero y toda su melena revoloteó. Ella la esponjó y estiró la mano hacia Carmen.

—Helena —se presentó.

Sonrisa. Chispazo interior. Estrechando la mano de dedos luengos y algo nervudos de la otra.

—Carmen.

La mirada de la recién llegada mostró un interés inconfundible.

Carmen tendió la estilográfica, que Helena cogió rozando los dedos de Carmen.

—Es muy linda. Parece nueva.

—Fue un capricho irresistible. Escribí un poema, ¿sabes?... Nada más. Casi es virgen —concluyó, señalando la estilográfica con la barbilla y echándose a reír.

Carmen se turbó. ¿Por qué sintió la inquietante punzada en el estómago? Se ruborizó instantáneamente. Desvió la mirada.

—Mereces una recompensa por rescatarla.

—No.. —tartamudeando—. Nada de eso, yo...

Helena la tomó del antebrazo y la obligó a levantarse.

—¡Anda!... ¿Oye, tienes tiempo? Mi vuelo trae retraso y no sale hasta dentro de tres horas y media. ¿Cuando sale el tuyo?

Carmen vió el brillo en los ojos marinos. El hogar profundo, el calor íntimo.. Mintió:

— A las seis.

Helena consultó su móvil.

—Perfecto. Vamos al restaurante. Sólo déjame ir un momento al servicio —Guardó la estilográfica y el móvil en el bolso. Seguía sujetando a Carmen por el brazo. De repente la soltó y se quitó mirando los ojos profundamente negros de Carmen—. ¿Quizá te importuno? —Volvió a reír sonoramente— ¡Soy tan impulsiva!

—Para nada.

«¿Es esto el destino?», se preguntó Carmen con un hormigueo incesante en la boca del estómago, allí donde se confunde la sensación del pecho y el abdomen.

Helena pareció intuir. ¿Qué intuía en su interior? No... No intuía. La luz de la enorme y alta sala del aeropuerto le dio la impresión de haber adquirido más luminosidad. Supo. Miró de reojo a Carmen mientras sus acompasadas pisadas resonaban en el pasillo hacia el restaurante. Los mofletes regordetes de Carmen le parecieron encantadores, así, con el rubor del conocimiento que Helena también sentía, sólo que en su interior más profundo. Aspiró el olor del perfume de Carmen y le pareció que le era conocido, familiar e íntimo. Volvió a coger del brazo a Carmen y notó cómo ésta se apoyó en la forma femenina de su cadera.

 

 


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