LOS FRUTOS DEL AMANECER (1)
Por Eunoia
Enviado el 28/11/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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La chica la vio salir del dormitorio como si fuera una diosa negra de ébano, con su glamurosa bata amarillo claro transparente abierta y su exuberante cuerpo negro completamente desnudo.
—Hola, Mari Carmen.
—Hola, señora.
—Ya puedes pasar. Voy al baño. Juan Domingo ha salido temprano —se refería a su marido—. Hoy tenía un juicio importante.
Mari Carmen lo sabía porque había escuchado, desde su cuarto, la llegada del coupé de Camila Doncel, la secretaria de Juan Domingo Berrocal, el famoso abogado gaditano. También escuchó sus voces apagadas en el porche de entrada a la casa.
—Y ... —desde el baño de mitad del pasillo del piso superior la voz de Karla Villavicencio, con su acento colombiano sonó algo apagada—, no regresará hasta la tarde.
Mari Carmen conocía los hábitos del marido de Karla y tenía sus sospechas respecto a la relación del abogado con su hermosa secretaria rubia.
Entró en la habitación. Descorrió las cortinas y la luz de primavera entró a raudales por el amplio ventanal sin persianas. La cama estaba revuelta. Caída a los pies del mueble estaba una fina braguita de encaje blanca muy sexy. En el sillón, frente a la cama, estaban las medias y el sujetador que componían el juego de cara ropa interior de la esposa de Berrocal. La doncella recogió la delicada prenda y la dejó pasar entre las yemas de los dedos. Era tan suave como la seda; tal vez lo fuera. La estiró entre sus dedos y tras mirar hacia la puerta la condujo hacia su nariz, y aspiró el leve olor sexual de la gasa intermuslar.
Cuando se giró se encontró con los ojos de la mujer negra, y se quedó paralizada. Pero la mirada de la señora de la mansión era inexpresiva; distraída, más bien, como si, a pesar de estar detrás de ella, quién sabía cuánto tiempo, no se hubiera percatado del gesto de la sirvienta que fue claramente gráfico.
—Perdona, Juan Domingo estuvo anoche muy... activo —dijo con tono natural. Sonrió a Karla y riendo terminó: —Estuvo... intenso. Le complací, espero, para una semana. —Hizo un gesto de contención con las manos .
Karla dejó con disimulo la braga en el sillón, junto al sostén y las medias.
—¿Tú lo sabes?
Karla se quedó paralizada. El sonrojo de haber sido descubierta en su impertinente husmeo de la ropa interior, dejó paso a un frío corporal que debió reflejarse en la palidez de su rostro.
—Lo supones, claro, porque estás al tanto de sus movimientos, igual que yo, ¿a que sí?
—No, yo..., señora, no...
—Es lo mismo. Yo en realidad no quiero saber nada de él, ni de sus "cosas" con Camila.
Karla sonrió y se dirigió hacia la cama para arreglarla. La mujer se quitó la bata y la dejó sobre las otras piezas de ropa íntima en el mismo sillón. Era muy hermosa, alta y su lozana madurez la hacía muy atractiva... —deseable, pensó con turbación Mari Carmen—. Su piel relucía con la claridad solar que penetraba por la ventana. Sus tetas oscuras mostraban unos pezones erectos muy grandes. Cuando Karla dio la vuelta a la cama la vio de espaldas, con sus atractivas nalgas también brillantes: tenía un culo que Karla definió como de colegial: muy redondo, algo empinado y con ambos cachetes separados, mostrando en el espacio interior la breve carnosidad del sexo apretado.
—No sé qué ponerme —dudó frente al armario inmenso—. Se volvió hacia Mari Carmen, sosteniendo una blusa fucsia. Hizo un giro de la cabeza examinando la figura de la doncella. Se acercó y le colocó sobre el pecho la blusa, todavía en la percha de madera—. Tienes mi talla. ¡Uhmmmmm, ajá! Te queda bien. Te la voy a regalar —La separó del busto de la chica y agregó con familiaridad—: ¡Póntela, ¿quieres?!
Mari Carmen sonrió con timidez. También Karla sonreía, con mirada segura y con un marcado rasgo de picardía. Finalmente, Mari Carmen asintió y se desabotonó la camisa blanca de uniforme, quedando en sostén.
—¡Vaya! —dijo la mujer negra— Las tienes más grandes que yo; pero te irá bien: realzará tus pechos. —Lo dijo pasando la palma de la mano sobre los robustos senos de la otra, cuyas aréolas oscuras se transparentaban bajo la tela color carne del sostén.
Mari Carmen se abotonó la blusa. Efectivamente, la talla era la correcta, aunque el tamaño de sus tetas las dejaba algo aprisionadas.
—¡Lo ves..! Te queda muy bien. Tienes unos pechos muy atractivos, ¿lo sabes, verdad?
Mari Carmen se sonrojó violentamente. Al darse cuenta la señora se echó a reír.
—Mujer..., no seas tonta. Llevas ya un mes aquí y pocos secretos te quedan por descubrir. Y los llegarás a descubrir todos, porque, ¿sabes? Estoy muy contenta contigo. —Se echó atrás un par de pasos, acercándose al sillón y cogió la braguita con dos dedos— ¿Te gustó?
Mari Carmen estaba confusa.
—La braguita, digo. ¿Te gusta también?
—Es muy linda, sí —acertó a responder con voz baja. La mirada de la mujer brillaba ahora con un evidente toque de lascivia.
—¿Y el ... olor?
Mari Carmen creyó que se iba a desmayar. Las piernas le fallaban; otra vez aquel frío recorrió su espalda. La mujer permanecía con la braguita tendida hacia ella, con la blanca prenda entre sus largos dedos negros. La desnudez de su señora la turbaba y al tiempo desataba un torbellino indescriptible en su interior profundo.
—Me gustó lo que hiciste; de veras. Quisiera verte ahora con ellas puestas. ¿Tienes inconveniente?
—Lo siento, yo no debía..., es que...
—Tranquila. Verás, “eso" se sabe, se percibe cuando a una mujer le atrae otra. Y, ¿sabes?, yo también soy "así". —La lengua de la mujer mostró su punta brillante recorriendo los gordezuelos labios oscuros.
Mari Carmen sintió un calor intenso y veloz recorriendo su vientre y notó la humedad en su vagina, el endurecimiento de sus pezones, la comezón del prurito sexual. Mecánicamente se bajó la falda negra que cayó a sus talones; luego también la braga negra quedó sobre la falda. Se apoyó en el colchón y apartó las prendas con un movimiento de sus pies, que no descalzó. Karla Villavicencio observó con deleite el vientre, el ligeramente pronunciado pubis velludo y el toque de la desnudez de Mari Carmen la imagen sensual que sus pies dentro de los zapatos negros causaban en su carnalidad encendida.
Por su parte, Mari Carmen, lejos de percatarse de la lujuria que se había apoderado de la otra mujer, estaba absorta contemplando su propio reflejo en el espejo de enfrente. Bajo la blusa fucsia el vértice del triángulo de vello revuelto y oscuro le causó un aumento de la libido. Ambas mujeres estaban a la par, bajo los efectos de una sexualidad que las asaltó y las atraída cada vez con menor capacidad de resistencia.
—Espera —dijo Karla—. Te la pongo yo.
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