Algunos poetas suelen forzar el insomnio con la singular convicción de poder retener así a
sus musas, como si la vigilia fuese por sí misma garantía para sus propósitos. Muchos
prueban suerte valiéndose de aditivos: flores, hierbas o bebidas espirituosas. Otros
realizan largas caminatas, y hasta elevan singulares plegarias.
A lo largo de la historia, centenares de poetas han intentado en vano forzar una inspiración
que nunca les llegó. Las musas suelen ser inaprensibles: más de un poeta se ufanó alguna
vez de poseer una, y a los pocos segundos acabó desvaneciéndose en el aire. Otros,
creyendo conservarla, cayeron en la cuenta de que solo se había tratado de una vana
ilusión. Por el contrario algunos artistas, teniéndola al alcance de sus manos, jamás
advirtieron su presencia.
Este relato está dedicado a aquellos que nunca han tenido siquiera la esperanza de hallar
alguna, ni aun en los trances más insólitos y extravagantes. A quienes no sueñan con la
presencia ni la asistencia de divinidades para concebir una palabra o idea que los precipite
a la eternidad.
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