AUTOENGAÑOS (1)

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               AUTOENGAÑOS (1)

 
 
   Tanto Ernesto Sabato* como Bruno Bettelheim** afirman que las personas necesitan de mitos en su vida diaria. Si atendemos a las manifestaciones culturales o religiosas esto resulta incuestionable, pero no nos da la clave para comprender el porqué es así, las razones que hacen imprescindible para los individuos el asidero de lo irreal con la finalidad de mantenernos en lo real. 
Una de las razones puede encontrarse en el desencanto y frustración de nuestra vida particular, insignificante y anónima; en la necesidad de ser uno en otros, en adquirir existencia propia en la existencia ficticia de los mitos, en abandonar lo que Will Cressy describió como “invisible celda de acero”***, en otro orden de cosas respecto a la vida de Helen Keller. 
Educados en una sociedad que sobrevalora ese “mito” llamado “éxito”, y despreciando y vejando a quienes formamos parte “del montón” gris de ciudadanos, aparece la necesidad vital de afirmarnos a nosotros mismos en una existencia fabulosa; en la creencia en que cualquiera  se puede llegar a convertir en un ser superior, en un triunfador. 
Si contemplamos la existencia individual (desde las primeras palabras que captamos desde la cuna y su significado) como parte de una existencia en comunidad de la que dependemos y sin la cual nuestra vida resultaría imposible, aparece con claridad la necesidad de identificación con el grupo del que dependemos. De esta manera, todas las personas vamos asimilando unos valores que se imponen de manera continuada e inconsciente. Como la fuerza de los hechos y su progresiva “universalidad” se va reforzando en nuestra dependiente vida cotidiana, incluso limitando nuestra capacidad imaginativa. Cada miembro de la sociedad va construyendo su vida consciente conforme a los valores dominantes. Solamente la sucesiva y continua llegada de las olas del malestar nos revela que “algo” no va bien en nuestras vidas. Cuando eso sucede, carecemos ya de instrumentos capaces de una crítica en profundidad del modelo de vida en que transcurren nuestros días. 
Por tanto, como en todo momento de crisis, echamos la vista atrás y recurrimos al asidero de nuestra formación y las experiencias, que también están ancladas en la “celda de acero” de unas convicciones no autónomas, sino fruto de una tradición cultural que desde la familia y la escuela —luego reiterada por los medios de transmisión de la información y la “cultura” oficial— se ha incrustado en nuestra “forma” de pensar. Es decir, se produce el conocido efecto de retroalimentación, y el individuo vive en un dejà vu subliminal del que no es fácil salir. 
En esas condiciones, los miembros de la sociedad se aferran a los mitos (clásicos o los actuales) tratando de escapar de las frustraciones sucesivas, igual que a la mágica fantasía que les hace creer que lo que es posible tiene una contrapartida en lo que no es posible; un territorio libérrimo en el cual pueden refugiarse.
No debemos ver los mitos como mentiras, sino como símbolos necesarios para sobrevivir cuando la realidad se vuelve demasiado dura o demasiado estrecha y quizá por eso, los mitos vuelven siempre: como antiguas semillas que duermen en el polvo y despiertan cuando el alma pierde su nombre. Pero no podemos refugiarnos siempre en los mitos, pues solo enfrentando la realidad aprenderemos a convertir nuestras fragilidades en fuerza y nuestra vida en algo real. 
 
 
 
_____________________ 


*España en los diarios de mi vejez. 
**El peso de una vida. 
***Citado por B. Bettelheim. Idem anterior, “Profesora magistral y alumna prodigiosa. 


 


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