Un trío de vergas para Aroa

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He sido una zorrita desde que probé el sexo. Me he acostado con la mayoría de los hombres que he conocido. Siempre me ha parecido un comportamiento natural y por eso doy acceso a mi carne. No tengo reparos en ofrecer a cada quien el agujero que prefiera.

En cuanto a mi gusto por los hombres, me muevo entre dos extremos. Por un lado me ponen los chicos más jóvenes que yo y que sean fibrosos. Soy un poco asaltacunas. Pero esos no son los únicos, también chorreo y me mojo toda cuando veo a un motero madurito. El polo opuesto, vamos.

Mi mayor cochinada tiene que ver precisamente con satisfacerme a la vez con esos dos perfiles de tíos tan distintos que me excitan. Ocurrió hace unas semanas y fue un trío de pollas. Fue mi primer trío de rabos, de hecho, aunque fue sólo de mamadas. Me lo monté a la vez con dos moteros cincuentones, bastante fornidos los dos, y un chavalito joven, delgado y muy guapo.

No fue una experiencia para nada convencional no sólo por el tema del triplete de vergas, sino porque… ¿sabes qué? ¡El chico joven era el hijo de uno de los moteros! ¡Nunca me lo había hecho con un padre y un hijo a la vez! Y por separado creo que tampoco, que yo sepa. No sé si a eso se le llama también incesto o qué, pero el hecho de que fueran padre e hijo me dio mucho morbo. Como que es algo tabú y pecaminoso, ¿no? Lo prohibido siempre excita.

Además, fue un tres-contra-una excepcional debido al lugar que elegimos para hacerlo: la zona verde que hay al extremo sur de mi ciudad. Y otra cosa que contribuyó a que fuese una velada de lo más singular fue que nos pilló una tormenta de verano en pleno acto. Todavía me acaloro cuando pienso en cómo escupí, chupé y jadeé como una loca bajo la lluvia torrencial. Cada tanto tenía que apartarme el pelo de los ojos porque se me pegaba debido a los goterones de agua. No tuve ni que desnudarme para enseñar mis encantos: la camiseta que llevaba puesta era de una tela muy fina y, una vez mojada, se me ciñó a la piel y se volvió transparente, revelando mis pechos.

Cuando se corrieron, padre e hijo me lanzaron sendas descargas simultáneas que a duras penas pude atrapar entre mis labios. El tercero, más imaginativo, me depositó la corrida a lo largo del antebrazo. Fue una idea genial, porque así quedó al alcance de mi boca y me pude almorzar la leche a lametazos. Tuve que darme prisa para poder lamerla antes de que la lluvia se la llevara.

Y por último, tuve una idea memorable para rematar la faena por todo lo alto: ya que la lluvia seguía cayendo, sugerí a los chicos que terminaran con una lluvia dorada en mi rostro. Os juro que eso no lo había planeado pero se me encendió la bombilla y pensé: ¡qué mejor momento para hacerlo! La lluvia me iría limpiando el pis de la cara según ellos orinaban, así que guay.

Ya había probado el pis de mi antiguo novio muchas veces, pero jamás lo había hecho con ningún desconocido y menos aún con tres a la vez. Sinceramente, creo que nunca repetiré, pero me gustó dejarme llevar y hacerlo esa vez. Siempre digo que si no lo pruebas, no sabes si te gusta o no. Esto es válido tanto el sexo como para cualquier aspecto de la vida.

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