El día que caí a sus pies (parte 3)

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Cuando el cuerpo de Nina no pudo resistir mas y se estremeció en una oleada de latidos, uno tras de otro cubriendo los dedos y los labios de él, presiono en los hombros de Oscar para que le soltara, llena de desesperación por el enorme placer que sentía elevó el cuerpo para poder pedirle que saliera, que por favor le soltara pero  Oscar no escucho, se aferro a ella con mas fuerza  y bebió cada sorbo de su corrida, tan suya, tan deliciosa. Lucho con ella hasta que la noto exhausta, cuando le vio de ese modo se levanto del lugar, se bajo la cremallera de su pantalón y saco su polla para poder entrar en ella de una sola vez. 

Las manos de Nina se aferraron a su espalda hundiendo las uñas con fuerza por como se sintió tenerlo dentro, abriéndose paso en su interior, abarcando todo, la forma en que cada empujón dentro de ella llegaba al final, en ese jodido espacio que tan bien la hacia sentir, Nina bajo sus manos y presiono la cadera de Oscar para tenerlo tan dentro como le fuera posible, acerco su boca a la de Oscar buscando su sabor en ella y lo beso con deseo, ese gusto en su boca, el olor a sexo en su rostro.

_Joder, Lo necesito_ dijo casi con un hilo de voz _ tú cuerpo, tú semen, a ti llenándome por completo, mostrándome que soy tuya_ 

Esas palabras desataron a Oscar y arremetió con fuerza, ondeando en ella hasta notar ese escalofrió en su cuerpo, en su espalda, recorriendo todo hasta correrse dentro de ella. 

El silencio posterior fue denso, casi tangible. Solo se oían sus respiraciones mezcladas, esas que intentan volver a su centro.

Nina le apartó un mechón de cabello y lo miró, todavía temblando.

—¿Y ahora qué somos? —preguntó ella.

Óscar la miró, con esa calma que llega después del vértigo.
—No lo sé. Pero ya no podemos fingir que no pasó.

El silencio que siguió fue distinto al anterior. Ya no era incómodo, sino denso, lleno de aquello que las palabras no podían nombrar. Afuera, la noche se iba apagando lentamente, y el primer rastro de luz comenzaba a filtrarse por las cortinas.

Nina permaneció quieta unos instantes, con la respiración aún desacompasada, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Óscar, a su lado, la observaba sin decir nada como si buscara almacenar todo el momento en su memoria a detalle.

Finalmente, él rompió el silencio con una voz baja, casi un susurro:
—Debemos volver por tu coche. No quiero que esto... —se detuvo un momento—, que este momento, te cause problemas.

Ella asintió despacio, bajando la mirada. Sabía que tenía razón, pero parte de ella deseaba quedarse ahí, suspendida en esa calma tibia que solo existía entre ambos.

El trayecto de regreso fue tranquilo. La música clásica volvió a llenar el auto. Nina miraba por la ventana sin hablar, mientras en su mente las imágenes se repetían una y otra vez. Pasaba las manos por sus labios y aun sentía el cosquilleo de los besos recibidos, la vibración en sus piernas que presionaba de solo rememorar en su cabeza lo pasado.

Cuando llegaron al estacionamiento, su coche seguía donde lo había dejado. Óscar la acompañó hasta allí, pero no se acercó demasiado.

—Nos vemos mañana —dijo él, apenas esbozando una sonrisa.
—Sí... mañana —respondió ella, intentando sonar natural, aunque la voz le temblaba.

Se miraron una última vez antes de que ella subiera al auto. 

La mañana siguiente, la universidad parecía exactamente igual que siempre. Los pasillos llenos, el ruido habitual, el mismo aire rutinario. Sin embargo, para Nina, todo tenía otro color.
Entró al aula intentando pasar desapercibida, como siempre lo hacía. Pero cuando Óscar cruzó la puerta, su corazón se aceleró sin permiso.

El profesor escribió en el pizarrón: "Reacciones químicas en sistemas biológicos."
Era la clase que más le gustaba del semestre. Nina estudiaba Pedagogía en Ciencias Naturales, una carrera que la desafiaba tanto como la inspiraba. Desde pequeña había querido enseñar, entender el porqué de las cosas, explicar cómo la vida misma parecía tener leyes invisibles que lo unían todo.

Mientras copiaba las fórmulas, sintió la mirada de Óscar desde el otro lado del aula. Por un segundo, el ruido de la clase desapareció.
Ella bajó la vista, fingiendo concentración.
Él sonrió apenas, lo suficiente para que solo ella lo notara.

Antes de dar por terminada la clase, el profesor Óscar  sacó una carpeta.
—La universidad ha aprobado el programa de mentorías —anunció, mientras recorría el salón con la mirada—. Tengo la lista de quienes fueron seleccionados.

Comenzó a leer los nombres con tono neutro, uno a uno:
—Martina López... Diego Paredes... Álvaro Ibáñez... Camila Soto... —hizo una breve pausa, pasando la mirada por el grupo— y Nina Rivas.

El corazón de Nina se aceleró. Por un instante pensó que no había escuchado bien. Sintió las miradas de algunos compañeros y una sonrisa nerviosa se le escapó antes de poder controlarla.

—Nos reuniremos mañana a primera hora en la sala 204 —agregó Óscar, cerrando la carpeta—. Es un proyecto interno de la universidad para fortalecer la enseñanza y la integración académica.

Nina bajó la vista, intentando ocultar el rubor que subía a su rostro. No esperaba estar ahí.
Había postulado hacía semanas, cuando el programa aún estaba bajo la dirección del otro profesor. No pensó que la solicitud seguiría en pie ni que su participación pudiera aprobarse.
La oportunidad era buena: un ingreso extra para ayudar a sus padres con los gastos y algo de independencia para ella. Pero ahora, con Óscar al frente.....

Al día siguiente, el grupo se reunió en la sala 204, una de las más apartadas del edificio de Ciencias. Las cortinas dejaban entrar la luz suave de la mañana.
Óscar los recibió con su habitual calma, observando a cada uno antes de hablar.

—Bien —dijo, apoyando ambas manos en la mesa—, este será nuestro equipo de trabajo. La idea es que apoyen a los estudiantes de primer año, que los orienten y los acompañen en su proceso de adaptación.

Distribuyó los roles con precisión:
—Martina, te encargarás de coordinar los horarios y los informes. Diego, del material experimental. Álvaro, del registro y asistencia. Camila, de las presentaciones y la comunicación con el cuerpo docente.
Se detuvo unos segundos y finalmente miró a Nina.
—Y tú, Nina, trabajarás conmigo en la parte de seguimiento académico y observación en laboratorio.

El silencio fue breve, pero suficiente para que ella sintiera cómo el peso de esa frase se le quedaba en el pecho. (leer parte 4)


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