Denunciar relato
Cada mañana, cuando Nati se peinaba frente al espejo, descubría algo más que mechones revueltos: encontraba pensamientos atrapados entre los nudos de su propio cabello.
No sabía cuándo había empezado a pasar, pero con el tiempo dejó de sorprenderse al ver asomar una idea suelta, como un hilo brillante enredado entre las puntas.
Había pensamientos ligeros, casi risas, que se escurrían con un simple tirón del peine. Pero también estaban los otros: los que se retorcían en espirales tensas, cargados de dudas, miedos o recuerdos que no se habían dicho en voz alta. Esos eran los más difíciles. Si intentaba arrancarlos de golpe, dolían. Si los dejaba quedarse, pesaban.
Una mañana encontró el peor de todos: un pensamiento oscuro, tan apretado que parecía un nudo marino. Sintió cómo tiraba de su ánimo, de su humor, incluso de su postura. Podría ignorarlo, como solía hacer, dejarlo escondido bajo una coleta apurada. Pero esa vez decidió sentarse, respirar hondo y trabajar con paciencia.
Deshizo el nudo poco a poco, mechón por mechón. Le habló en voz baja, como quien consuela a un niño asustado. Descubrió que aquello que tanto le pesaba no era más que una frase que llevaba meses sin atreverse a decir. Cuando por fin la pronunció en voz alta aunque solo la oyera el espejo, el nudo se soltó con un suspiro casi audible.
Nati siguió peinándose. El peine se deslizó por su melena sin esfuerzo, y por primera vez en mucho tiempo, sintió su cabeza ligera, como si el aire pudiera atravesarla.
Salió de casa con el cabello suelto. Y, por dentro, también.
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