Ecos del más allá

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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Siempre supe que era diferente, desde que era muy pequeña los fantasmas me seguían. No eran amigos invisibles como los de otros niños, sino espectros aterradores con rostros deformados y ojos vacíos que me acechaban de día y de noche. La única manera de conseguir algo de paz era dibujándolos. Al capturar sus esencias en un lienzo, los obligaba a desaparecer. Colocaba sus retratos en las lápidas de los muertos, y así, poco a poco, las visiones se volvían soportables. La gente del condado me consideraba especial, pero para mí, era solo una manera de sobrevivir.

 

Mis cuadros tenían un efecto peculiar en quienes los miraban. Podían sentir la desesperación y la tristeza de las almas atrapadas en ellos. Al principio, nunca quise decirles que eran dibujos de fantasmas; tenía miedo de que me consideraran aún más extraña de lo que ya pensaban.

 

Nunca podré olvidar el rostro de cada uno de ellos, sus miradas vacías y sus susurros helados. Un día, mientras paseaba por el cementerio, la vi. Era una chica de mi edad, pero había algo en ella que me heló la sangre. Sus ojos reflejaban un terror profundo y, a diferencia de los otros fantasmas, no tenía una lápida que la reclamara. Sabía que debía pintarla, aunque cada trazo del pincel me hacía temblar. Cuando terminé, la chica me indicó un lugar oscuro y olvidado en el cementerio. Dejé allí el cuadro, esperando que esa sería la última vez que la vería.

 

Los días pasaron y la imagen de la chica no abandonaba mi mente. Cada noche, su rostro aparecía en mis sueños, convirtiéndolos en pesadillas interminables. Una tarde, mientras intentaba concentrarme en mis dibujos, unos golpes desesperados resonaron en la puerta. Abrí y me encontré con una mujer, pálida y con lágrimas en los ojos, sosteniendo el retrato que había dejado en el cementerio.

 

"Esta es mi hija", dijo entre sollozos, "mi hija que aún está viva". Sentí como si el suelo se desmoronara bajo mis pies. Si su hija estaba viva, ¿qué había en el cementerio? Y peor aún, ¿quién era la figura con la que convivía a diario con la madre? El miedo se apoderó de mí, creciendo con cada segundo. Las noches se volvieron más oscuras, llenas de susurros y sombras. La presencia de la chica era una constante en mi vida, una manifestación de mis peores miedos y ansiedades.

 

Cada vez que cerraba los ojos, la veía. No como un espíritu en busca de descanso, sino como una entidad perversa que se alimentaba de mi temor. Y ahora, más que nunca, sabía que estaba atrapada en un juego macabro del que no podía escapar.

 

Finalmente, la verdad salió a la luz. El cuerpo en el cementerio era realmente el de la hija de la mujer. Algo había tomado su lugar, algo que ahora convivía con la madre, alimentándose de su miedo y su desesperación. La revelación me dejó helada, sabiendo que cada día, cada noche, estaba compartiendo mi vida con una entidad que no pertenecía a este mundo.

 

Después de eso, no supe más de esa mujer. Desapareció, como un susurro en la noche. Pero la sensación de haber visto el rostro de lo desconocido nunca me abandonó. Ahora, cada sombra, cada silencio, se ha convertido en un recordatorio de que hay cosas que van más allá de nuestra comprensión, y que algunos misterios nunca deberían ser revelados.


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