Una señora recién separada

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Conocí una vez a una bella rubia de ojos celestes que se había separado poco tiempo atrás. Salimos, cenamos, tomamos cafés. Y llegó -claro- el momento de irnos a la cama. Ella tenía una experiencia sexual matrimonial, conservadora y sin matices. Conmigo, y en su nueva etapa, se liberó. Entonces quiso saber con qué fantaseaba yo, cuáles eran las cosas que le quería hacer. Le respondí que quería practicarle sexo anal. Me respondió dos cosas, que para eso se necesitaba tiempo y que nunca su marido la había penetrado por detrás. Le dije, entonces, que yo me encargaría de iniciarla. Ella respondió que estaba muy dispuesta a debutar por el culo.

Le indiqué que se pusiera en cuatro, entonces contemplé las bellas redondeces de su trasero, sus piernas robustas, su espalda perfecta sobre la que se derramaba su cabellera rubia. Unté mis dedos índice y mayor de mi mano derecha con gel lubricante y se lo esparcí con una caricia suave en su orificio anal. Luego le introduje suavemente el dedo mayor, ella gimió, suspiró y dijo “Amo que me hagas esto”. Hice que mi dedo entrara y saliera suavemente. Después de un rato le metí dos dedos, el índice y el mayor, ella volvió a gemir apoyada en la cama sobre sus rodillas y sobre sus codos. Pregunté “¿Sientes cómo te lo estoy abriendo?”, “¡Ay!, sí que lo siento”.

Pasado un tiempo, cuando ya sentí que su ano estaba dilatado, apoyé la punta de mi pene en el orificio y la penetré, ella dio un leve grito y dijo “Ay, sí...ay sí”, poco a poco le introduje toda mi verga mientras la sujetaba con firmeza de las caderas. Pregunté entonces “¿estás lista?”...”¿lista para qué?”, “para que te dé bien fuerte” “Dame suavecito primero...y después dame fuerte, porfi”.

Se lo hice con dulzura durante un rato, despacito se la metía hasta el fondo, sacaba y volvía a meter. Ella suspiraba, gemía, hacía leves quejidos. Y de pronto le empecé a dar con todo, mi pubis chocaba contra sus glúteos provocando un ruido rítmico...plac, plac, plac. La rubia gritaba, podía ver en el espejo que había junto a la cama sus ojos desorbitados. La cojí con furia, con ardor, con descontrol. “¡¿Sientes cómo te estoy desvirgando?!...¡Siii, me estás desvirgando el culo! ¡me gusta! ¡dame más!” Su melena rubia se sacudía ante cada uno de mis embates, me excitaba ver sus glúteos redondeados y mi falo clavándola por el medio. “¡Tómala, tómala!” “¡Ay dámela, sí, dámela, la quiero toda en mi culo!” Me calentaba saber que era el primero en tomarla por detrás, el primero en penetrarle ese orificio que mantenía virgen por su rutina de sexo matrimonial, aburrido y conservador. Ahora la tenía gozando un nuevo placer, clavándola por el ano y haciéndola gritar su calentura de mujer liberada. Le pegué nalgadas, la aferré de las tetas, la tomé del cabello, siempre clavándola. Sentía que mi pene iba a estallar de excitación y estalló en una liberación de semen dentro de su cuerpo. Grité, exclamé, suspiré mi orgasmo mientras ella decía “Ahhhh...sí, dame tu leche, dame hasta tu última gota”.

Jadeantes y sudorosos nos derrumbamos sobre la cama, quise sacársela, pero ella pidió “No, déjamela adentro un rato más...porfi”.


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