EN EL CALOR DE LAS FESTIVIDADES
Por Eunoia
Enviado el 15/12/2025, clasificado en Amor / Románticos
33 visitas
Me he dado cuenta, Silvia. Te abrazo y te acaricio los cabellos lisos y perfumados contra mi pecho. Me he dado cuenta..., y lo he sabido siempre. Lo supe en las fiestas familiares, cuando te colocabas a mi lado y tus ojos brillaban, tus labios sonreían; casi me transmitías tus pensamientos, los sentía entre los míos.
Me he dado cuenta de que es el momento de que nuestros corazones se abracen abiertamente y sin complejos, Silvia. Creo que todos lo notan hace mucho y lo han adivinado. Es algo que no se puede esconder tantos años. Que tu madre y la mía sean hermanas no hace cambiar las cosas. Sólo me entiendo contigo; sólo tú me entiendes.
Ahora que siento tu calor y tus brazos rodean mi cintura. Ahora que noto cómo tu cuerpo se eleva y desciende a cada respiración, sé que tú sientes, en este preciso momento de diciembre, la misma necesidad de mí como yo de ti. Hay algo mágico en los sentimientos de amor, Silvia, los corazones se fusionan, las pieles forman una sola; incluso hay una misma electricidad muda que pasa de una a otra enamoradas. Muda, pero sensible física y sentimentalmente.
Te acaricio el mentón. Tú giras el cuello y tus dulces ojos castaños escudriñan los míos. Te recojo el cabello tras la oreja sonrosada, pequeña, doblo el cartílago y tú te echas a reír. Atraviesa toda mi piel un escalofrío de felicidad. Está tarde lo sé, ya sin sombra de dudas: eres la mujer de mi vida. ¿Acaso no lo he sabido siempre, vida mía? Es algo tan profundo y extraño...
Cuando éramos niñas nos escapábamos, nos escondíamos en el almacén de mi tío, tu padre, agachadas detrás de los muebles de carpintero, que eran su hobby y, como ahora, esta tarde de diciembre, nos abrazábamos y mirábamos nuestros ojos sin hablar, sin una palabra, con el dulce fuego de un cariño que necesitaba de manos y mejillas, de risas cómplices y de juegos infantiles.
Nos costaba separarnos. Mi madre venía a mi habitación y decía «Carmen, tu prima tiene que irse, los tíos están esperando». Y yo sentía un ahogo triste. Entonces veía esa misma tristeza en tu rostro y remoleábamos antes de que mamá insistiera y nos separamos.
Ahora llevas tus manos a mi cuello, suavemente me haces inclinarme sobre tu cara, acercas tus labios a los míos y se fusionan como necesitaban desde siempre. Te escucho decir «Te amo, vida mía» y vuelvo a fundir en el abrazo cálido de nuestros cuerpos que se necesitan.
Me he dado cuenta, Silvia: es el momento exacto en que, en el calor de las festividades familiares, tú y yo nos estrechemos, en la mesa familiar de año nuevo, y nos besemos, sin tener que esconder bajo el mantel, otro año más, nuestras manos enlazadas.
¿Puede ser que nuestras mentes puedan comunicarse sin palabras? ¿Es posible que sin palabras me hayas respondido «Sí, amor mio», y que un temblor te haya recorrido los brazos?
Comentarios
COMENTAR









¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales