La caza II

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En medio del vendaval de nieve aparecieron dos ojos. Ardían como ascuas furiosas y avanzaban hacia el chico con lentitud. Entonces Las mandíbulas de la criatura se abrieron y dejaron escapar un rugido letal que reverbero por todo el valle. El muchacho estaba paralizado por el miedo. La enorme figura de la bestia fue recortándose y haciéndose más clara contra el cielo gris tormenta. Pudo ver claramente los colmillos rezumar sangre y la respiración entrecortada del animal. Las garras hacían crujir la nieve parsimoniosamente mientras la sangre se agolpaba en el cerebro del escudero...

-¡Salizan!

  El muchacho fue arrancado bruscamente de su sueño. La grotesca cara de Odric fue lo primero que vio al abrir los ojos...

-¿Es ya de día?

-¿De día? Aún quedan por lo menos tres horas para el amanecer. Estabas gritando como una niña y me has despertado.

 Salizan se restregó los ojos.

-Lo..lo siento.

Odric gruño una maldición por lo bajo y volvió a la cama.El candil apenas arrojaba luz en la habitación.

-Por cierto jovencito, mueve el culo y da de comer a Ariadna. Ayer por la noche se te olvido.

-¡Cierto!

  El joven se levantó y a trompicones se puso las calzas y el jubón. En la semioscuridad abrió una puerta y entro en la estancia de al lado. Allí dentro encendió una lámpara de aceite que iluminó un estuche alargado de cuero negro recubierto de extraños símbolos. Somnoliento aún, dejó la lámpara a un lado y puso las dos manos sobre el estuche. Murmuró unas palabras y la funda se abrió lentamente. La luz de la vela se arrastró por la superficie plateada de una espada, arrancando hermosos destellos.

-¡Ariadna..Ariadna! ¡despierta! – susurró Saliz.

Hubo una breve vibración en la hoja y entonces se escuchó una tenue voz:

-¿Saliz? Está muy oscuro... – dijo la espada.

-Aun es de noche Ari..pero tienes que comer ahora.

El arma emitió un gruñido de protesta.

-Vamos Ari, sal... – le pidió el chico.

  Una pequeña figura de apenas medio palmo se materializo al lado de la espada. Era más oscura que la propia negrura que imperaba en la habitación. Tenía el cuerpo de una mujer y dos alas membranosas, ahora recogidas entorno a los hombros desnudos. Los ojos brillaban azules como el cielo.

-          Estoy cansada Saliz...

-          Vamos Ari, tienes que comer...

El escudero desenvolvió un lienzo que guardaba en una bolsa. Dentro había un pedazo de carne de caballo cruda. Aproximo la carne a la criatura que se desperezaba indolente.

Ariadna comenzó lamiendo el pequeño charco de sangre que la carne había dejado sobre la mesa y después fue dando pequeños mordiscos a la misma con sus colmillos menudos.

-¿Mejor? –Pregunto Salizan.

-Si- respondió la criatura lamiéndose la boca.

 

A la mañana siguiente caminaban por el puente helado que conducía a las granjas del noroeste. El día había amanecido despejado y frio. Las montañas de Gidion se recortaban brillantes contra el cielo azul intenso. Desde que habían partido de Villa de Arzak no se habían encontrado con nadie. El caballo resoplaba y Odric guardaba un lúgubre silencio.

  Las primeras haciendas que encontraron a ambos lados del camino estaban cerradas a cal y canto. Los animales tampoco se encontraban en el establo. Un silencio espectral enmudecía el ambiente.Derrepente Odric observo humo saliendo tras una gigantesca colina nevada. Se aproximaron en aquella dirección y el aire empezó a oler a ceniza. Encontraron un rastro al pie de la colina. Por allí discurría un pequeño camino al lado de un arroyo helado. El gigante descabalgo y observo con detenimiento cientos de huellas de pies que corrían en dirección al páramo.

-Huían de algo – murmuro Odric.

-¡Aquí señor! – señalo Saliz.

  La gigantesca huella de una garra se hundía en la nieve sobre un charco de sangre reseca.

-Mira esto muchacho- Odric alargo algo al escudero.

Era como un colmillo oscuro del tamaño de su palma.

-Ten cuidado jovencito. Esta envenenada.

-¿Qué es?

- Es una espina de  Manticora. Las tienen en la cola. Te alcanza una de esas y estas fiambre.

Saliz soltó la espina inmediatamente...

-Sigamos – dijo Odric.

 

Siguiendo el rastro de la Bestia llegaron al pueblo de donde procedía el humo, que se elevaba lánguido hacia el cielo. El eco solitario de los cascos del caballo hizo que los cuervos arrancasen a volar.

A la entrada, entre casas derruidas y carbonizadas, encontraron una escena dantesca. En la plaza yacían una docena de cuerpos apilados de forma caprichosa, algunos semidevorados, todos retorcidos grotescamente. Las caras mostraban un último grito de terror congelado,  solo un segundo antes de que el alma se escapase del cuerpo. El campeón se tapó la nariz asqueado y el joven escudero simplemente vomito.

  Odric se agacho cerca de un cadáver, un poco más apartado del resto, y le cerró los ojos .Entonces  vio de nuevo las huellas de la Manticora a su lado. Estas se alejaban internándose por la calle principal de la Aldea junto con un rastro de sangre: era como si un cuerpo hubiera sido arrastrado.

-Tráeme a Ariadna –pidió secamente el caballero.

  Saliz saco la espada del estuche que colgaba del costado del caballo, la acaricio un momento.

-No tengas miedo Ari – susurro.

y se la dio a Odric.

-Sígueme a una distancia prudencial muchacho – dijo este con gesto serio

 Con paso vacilante se internaron en la calle principal  siguiendo el reguero de sangre seca. El viento gélido empezó a soplar de nuevo. El silencio les envolvía pesadamente y podían ver a ambos lados de la calle señales de la cruenta matanza: cristales rotos, sangre salpicando las ventanas, puertas ennegrecidas…Cuando habían recorrido la mitad del camino de repente escucharon un terrible estrépito. Odric hizo una señal y se detuvieron expectantes sin hacer ni un ruido. El gigante miro a ambos lados nervioso con la espada en alto. Miró hacia el muchacho y le hizo una señal para que le siguiera por una calle estrecha.

Desembocaron en lo que parecía un antiguo almacén de piedra a lado de un pozo. El rastro de la bestia se perdía allí. Allí el silencio era aún más amenazante. Algunos copos comenzaron a caer. El almacén tenía dos enormes puertas de madera, una de ellas yacía en medio de la nieve destrozada. De pronto comenzaron a escuchar el llanto de un niño que provenía del interior.

-¡Qué demonios! –mascullo el caballero temblando.

Saliz miro hacia la negrura del almacén con el gesto desencajado. Entonces súbitamente la espada Ariadna se volvió negra y empezó a vibrar. Odric apretó los dientes y comenzó a andar hacia la puerta con pasos vacilantes.


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