Espejo evanescente

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-“El veía su alma trasladarse bajo humos extensos, pero aún conservaba la incertidumbre de sus ramas”- Profería un débil murmuro mientras se deshacía en su disonancia por la niebla haciendo su eminencia al bosque cuántico, -una estalactita caía fisurada al vacío simbiótico-


Cierto día disfrazado de tarde desgastada, mientras yacía en su cama, incoloro, insipiente, forzaba su retina heterocromática color zafiro en su pequeña esfera caleidoscópica, y en cada imagen fractalizada comprendía la ilógica que residía en un momento tan único como efímero. Antes de proyectar su pequeño artificio en la ventana, eclipsó todo a su alrededor. Su mano pálida, como el resto de su cuerpo transgredido, repleto de nebulosas inconsistentes, se fragmentaba tejido a tejido, partícula a molécula, aún permanecía.

La diacronía de los días transcurría lenta y fatigada, y el no dejaba de ser una presencia suspendida. Trababa de volver a su razón, pero su limitada cognición no encontraba la exactitud en su respuesta. No tenía más alternativa que recurrir a sus pérdidas de memoria, todo era vacío. Divagó por un momento, y frente a su esencia, un péndulo se materializaba entre el espacio y tiempo. Un tenue recuerdo se plasmaba en el ilimitado lienzo imprevisible. Era un día de cielos grises, sin hojas en los árboles. Inmediatamente recordó ese frívolo día cuando ingresó en aquel espeso bosque olvidado por los llantos y suicidios. Recordaba que mientras más se adentraba en el bosque, más sentía que se perdía, dejaba de ser. Llegó a su núcleo, y se recostó en hojas secas con la mirada buscando a un sol que nunca vería. Sintió un ligero frío rozando su blanco y nulo rostro y delante de él presenció a un ser de extrema altura, cuyo cabello era en su totalidad largo y ligero, envuelto en un velo blanco consumido, no lograba diferenciar su rostro. Aquel ser que no supo reconocer, estiró su extenso brazo repleto de estalactitas de hielo y en su mano depositó un pequeño péndulo. Él trato de encontrar una lógica a esta sucesión de momentos, pero para entonces aquel ser ya había desparecido entre las ramas. Minutos después, se encontraba en su habitación, inmóvil frente a su ventana. Había olvidado como había regresado, y por qué tenía aquellas marcas en su delicado cuello. Pero no le causaba la menor importancia, el estrangulamiento para él, era la revelación de su pureza. Amaba estrangular y ser estrangulado, sólo quería sentir algo.

En su desesperación por volver a ser, dejó hipnotizarse por el torpe movimiento del péndulo y en un aliento escapado, sintió como su cuerpo desmaterializado golpeaba con fuerza contra el césped. Había vuelto al mismo lugar de sus apariciones, todo estaba muerto por dentro. Poco a poco visualizaba formas retorcidas, pero cada vez más concretas. Pasaron unas horas hasta que regenerara sus sentidos, y se halló postrado cerca de un río, el dolor no le permitiría gritar. Se desangraba junto al río, su sangre se fusionaba con frágiles pétalos, suaves hidromurias y el agua cristalina que corría. Sus fluidos de biótica antagónica se entremezclaban y daban a conocer su verdadera forma, su verdadera sustancia, su sangre platinada. No quería saber de más, sólo veía su sangre pura perderse entre las leves corrientes de su ensimismado acuario. Llegó al clímax de su delirio, buscó todo su cuerpo y en él veía pequeños zirconios, confusos ópalos, adularescentes aguamarinas e indigolitas translúcidas, había llegado a su estado más puro. Decidió levantarse, y en la otra orilla del río, un espejo esperaba por él. Llegó entre cada paso asfixiado, detenido y fragmentado. Cerró sus ojos, y se mantuvo firme frente al espejo, desangrándose, perdiendo su color continuamente. Pensó que todas estas alucinaciones se debían a su heterocromía, inclusive a sus nebulosas, no podía concebir otra cosa. Entreabrió sus ojos delicadamente y visualizó su reflejo en aquel espejo evanescente. Aquella efigie proyectaba dos formas, eran gemelos en espejo.


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