en memoria de San Francisco de Asís

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Pipo era un asno pequeño. Quería mucho a su amo, y aunque él se sabía muy pequeño entre los asnos, trabajaba muchísimo. Llevaba sacos de semillas y leños para calentar la casa. El amo le trataba con cariño y Pipo siempre hacía lo que le pedían. Si en el valle buscaran un animal humilde, seguramente elegirían a Pipo.

Hoy el amo le llevaba con un poco de heno por el camino de la ermita.

Pronto se encontraron con el monje que allí vivía. Era un hombre muy hablador. Hablaba con muchas personas y el amo siempre estaba contento con él.

Vestía una túnica marrón que nunca remendaba y caminaba entre la nieve con los pies descalzos. Era un hombre que mostraba mucha alegría y contagiaba esa alegría en los otros hombres y sus familias.

Fueron juntándose más amigos, y todos se saludaban con cariño. Algo importante irían a hacer allí; y también, saludaban a Pipo, le acariciaban el hocico y las orejas. Pipo disfrutaba y bajaba su cabeza para dejarse acariciar.

Llegados a la ermita vio al buey; por suerte no pasarían frío.

El amo descargó el heno sobre el comedero.

Pero pronto Pipo supo que no era para comer pues pusieron a un niño pequeño sobre el heno; mientras, el monje hablaba y todos le escuchaban.

Pipo se acercó al buey y al niño que ya dormían. Era un lugar agradable y él también quedó dormido.

Soñó que el invierno pasaría y el sol calentaría los campos; vería jugar a los niños y crecerían buenos como su amo.


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