La casa del espejo roto - El sótano (II)

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Marco no lo notó pero la casa había vibrado con sus palabras. Las lámparas de los techos comenzaron a balancearse y algunos muebles antiguos crujieron. Parecía que la casa se había estremecido produciendo cientos de sonidos, su presencia la había despertado.

Desde abajo, Noelia no dejaba de decir sandeces y maldiciones, hasta que un sonido musical y unas vibraciones la hicieron callarse. En su móvil sonaba la canción algo anticuada debaby girl de Aqua. Ella lo sacó de su bolsillo y lo miró. Era su amiga María. Inmediatamente sufrió una transformación y una sonrisa iluminó su cara.

-Hola María, ¡No te lo vas a creer! Te he llamado antes porque necesitaba… esto… bueno… nada importante. –Mintió. -Si chica… claro que era urgente, bueno antes si que me lo parecía… no, da igual… ya lo tengo solucionado… Gracias guapa… hablamos luego y te cuento que ahora estoy muy liada… - Cerró el teléfono y su semblante volvió a parecerse al de antes.

Un remolino de injurias pasaron por la cabeza pensando en Marco, y no se percató que mientras hablaba había retrocedido un par de pasos haciendo que sus pies se posaran nuevamente sobre la antigua reja de hierro.

-¡Imbécil, que se habrá creído! – Un ruido a su espalda hizo que diera un respingo con tan mala suerte que volvió a meter el pié entre los barrotes de la arqueta introduciéndolo esta vez hasta los gemelos y recibiendo un fuerte dolor que la hizo desplomarse nuevamente. En esta ocasión fue peor. Su tobillo sangraba, y el intenso dolor que sentía le indicaba que se había hecho bastante daño al desgarrarse la piel friccionándose contra el metal. Gotas de sangre resbalaban por su pierna cayendo a la oscuridad del pozo.

Marco ya estaba en su coche con la mente hecha un lío. Conducía más rápido de la cuenta como queriendo dejar atrás no sólo el lugar de donde venía, sino también el mal recuerdo y las malas sensaciones que le atormentaban. Desde un primer momento cada vez que se había acercado a esa casa había sentido un mal presagio, una indeterminada sensación de vigilancia, de desasosiego, de maldad que se respiraba en el aire. En el fondo todo ello le resultaba familiar, como si de un recuerdo horrible se tratase.

Frenó bruscamente al ver que estaba a punto de salirse en una curva y cuando la superó paró el coche para aclararse la mente.

-Debí haber hecho caso a mi intuición. – se decía pensando en unas horas atrás cuando le sonó el teléfono y vio que se trataba de Noelia. La misma Noelia que un año atrás lo sumió en una depresión al decirle fríamente que “quedaban como amigos”.

-Maldita sea la hora en la que recogí la llamada. Tenía que haberla ignorado.

Bajó del coche y observó que desde donde estaba se veía la casa de Noelia, allí en lo alto de un monte rodeada de arbustos y con una siniestra forma que le recordaba a la mítica película de amityville. Un solo camino conducía al domicilio y aunque bien asfaltado estaba repleto de curvas hasta llegar a la cima donde se encontraba esta. Lo peor era la pendiente de casi 10% de inclinación que recalentaban los frenos en el kilómetro escaso hasta la incorporación a la autovía. De ninguna manera volvería a poner los pies en esa casa ni aunque Noelia le pidiera perdón, cosa que creía imposible, así que volvió a subir al coche para recorrer lo poco que quedaba para salir del camino. Un último vistazo hacia arriba a tiempo para observar cómo se encendían las luces de las ventanas dándole un siniestro aire malvado a la figura, ahora a contra luz. Era tarde, casi anochecía y un escalofrío recorrió su espina dorsal hasta la nuca al parecer que la casa le estaba mirando y le devolvía una sonrisa malvada.

No volvería jamás a esa casa, ya no solo por ella, también por su propietaria. En ese instante el teléfono móvil comenzó a sonar y sin expresión alguna simplemente lo apagó. Minutos después su coche se incorporaba a la autovía con gran rapidez confundiéndose en la lejanía con el resto de vehículos camino de la capital.

El daño era terrible y la postura en la que había quedado Noelia casi inverosímil. Caída de espaldas con su pierna izquierda hundida entre hierros casi hasta la rodilla, con los barrotes aprisionándola fuertemente y produciéndole el dolor más agudo que jamás había sentido. Casi pierde el conocimiento debido a la caída y el daño producido, pero pese a todo trató de tragarse su llanto, y con una de sus manos retiraba las lágrimas que sus ojos involuntariamente expulsaban. Ahora estaba presa de su propia casa por tercera vez.

-¡AAAAHHHHGGGG! –gritó al fin de desesperación. El aturdimiento que sentía no la dejaba pensar claramente, aún así su instinto la hizo buscar su móvil. Descubrió que no lo tenía encima y trató de ver donde se hallaba. Giró su dolorida cabeza hacia la izquierda sin verlo y luego hacia su derecha para descubrir que estaba apenas a un metro. Alargó el brazo y una punzada en su espalda la hizo darse cuenta del daño que sufría. Terminó de estirarlo pese al martirio que le suponía hacerlo. Agarró el móvil y se lo puso frente a ella. Un miedo mucho más profundo la inundó al ver la pantalla de su móvil táctil rota. Miles de puntitos de colores surcaban la grieta del cristal sin aparente sentido. Tocó una y otra vez intentando que funcionara sin que ocurriese nada. Luego recordó que si mantenía el pulsador de encendido repetía la última llamada realizada. Lo hizo y los puntos de colores de la pantalla parecían enjambres de moscas girando sin sentido. Al instante el familiar sonido del tono de llamada la tranquilizó, y una, dos… tres… cuatro… cin…. “el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”…

-¡Nooooo! ¡Por favor cógelo! –casi gritó. Sabía perfectamente cuál fue su última llamada: Marco. El miedo la inundó por completo. Había sido una capulla con él, pero debía serlo. No quería que su relación llegara a más, no con su pagafantas favorito. Entendía perfectamente que estuviera enamorado de ella, lo estuvo manipulando y pidiendo favores una y otra vez durante años, hasta que él le pidió dar un paso más en su relación. Le gustaba, pero no tenía suficiente dinero para ella, y por supuesto aspiraba a mucho más que a un currante de correos. Sobre todo cuando hace casi un año, el 22 de Diciembre de 2.012 para ser exactos le tocó el gordo de navidad. El 76.058 un número que no olvidará nunca y los 300.000€ que recibió tampoco. Gracias a ellos se pudo comprar esta casa.

Volvió a pulsar el botón con la intención de insistir hasta que recogiera la llamada, pero una y otra vez la misma locución la hacía desesperarse, “el teléfono está apagado o fuera de cobertura”.

-¡Maldita sea, Marco Enciende el teléfono! –le gritaba al terminal que sostenía sobre ella.

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