El lago.

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En la vieja choza se oían grirtos otra vez. De nuevo, los padres de Lea discutían por ver quién cenaría aquella noche y quién no. Todos dentro de aquella pequeña casa debían reconocer que la situación económica no era la mejor. Dan, el padre, era soldado. Pasaba largas temporadas fuera de casa, y cuando volvía, siempre traía grandes riquezas, pero no daban para mucho. Rim, la madre, trabajaba en un palacio cercano más de doce horas, y apenas cobraba lo suficiente para dar de comer a sus cinco hijos. Lea decidió que no quería soportar durante más tiempo aquella situación, y salió de casa como cada noche. 

Caminó hacia el pequeño bosque situado justo en frente de su pequeña casa. Era de noche, sí, pero la luna estaba llena, y aportaba tanta luz y claridad, que podía verse por dónde se pisaba. Mientras caminaba, oyó un extraño ruido que procedía de entre los matorrales. Al principio se asustó un poco, pero al ver la avanzada hora, dedujo que se trataría de cualquier animal nocturno en busca de refugio o comida. Siguió caminando, y llegó al pequeño lago situado en aquel claro del bosque. El agua estaba muy tranquila, y reflejaba a la perfección la clara silueta de la luna. Se quedó contemplando la superficie lisa del agua. De pronto, unas pequeñas burbujas empezaron a emerger desde el fondo. Primero una, dos, y hasta tres, y, después, se oyó un pequeño ruido. Pausa. De nuevo una, dos, tres, y aquel ruido. Las burbujas cada vez eran más grandes, y el sonido más intenso. La curiosidad empezó a dominar el cuerpo de la jóven. Se sentía extrañamente atraída por aquella melodía. Se descalzó inconscientemente, y, como si estuviera poseída, empezó a introducirse en el agua. Las burbujas empezaron a rodear su delgado cuerpo. El agua estaba helada, pero la muchacha no sentía nada. Sus pies comenzaban a llenarse de pequeños cortes producidos por las piedras del fondo, pero el dolor no le afectaba. Sólo pensaba en aquel sonido. Empezó a sumergirse más y más, hasta que el nivel del agua se situó por encima de su cabeza. 

A la mañana siguiente, el único rastro de la jóven que pudo ser hallado por su familia, fueron sus pequeñas zapatillas de cuero a la orilla de aquel lago. 

Cada noche de luna llena, todo aquel que pasea por el bosque afirma que la voz de la muchacha puede oírse, pero que se disipa cada vez que alguien intenta dar con ella. Algunos dicen que es como alguien pidiendo auxilio que, en verdad, no quiere ser ayudado. 


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