NO DIGAS NADA... SOLO SIENTE (Segunda parte)

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Te gusta Paul, ¿verdad?- Me preguntó mi marido en el restaurante, el segundo dia de conocerle.

-No está mal, es guapo. ¿Por qué lo preguntas, te estás poniendo celosón?- Le contesté de forma picarona.

-Ummm, bueno...sabes que no mi amor, pero las miraditas que le echas...- Nos reímos, yo le besé en los labios.

-Vale, lo reconozco, me has pillado- Le dije como si estuviera arrepentida. -A cambio te dejaré que mires a una mujer guapa, sin que te pellizque en el trasero. ¿Te parece un buen trato?

-Me parece un cambio equitativo, acepto la oferta.- Me guiñó un ojo, regalándome una sonrisa de medio lado, y con cara de chico travieso.

Llegó el veinte de agosto y nos encontrábamos cenando en el hotel, Paul nos sirvió uno de los mejores riojas españoles que he probado en mi vida.

-¡Feliz aniversario bella pareja!

Zaccha le había comentado durante la comida que hoy se cumplía nuestro séptimo año de casados.

-Os vaticino una larga vida juntos- Añadió. -Han pasado muchos matrimonios por aquí, y os aseguro que en ninguno he observado este grado de enamoramiento y complicidad que tenéis vosotros. ¡Espero que paséis una bonita velada! Me gustaría contribuir a ello e invitaros  a una botella de buen champán. Podéis llamar al servicio de habitaciones en cualquier momento. Recordad que estamos para serviros.

Zaccha le estrechó la mano dándole las gracias. A mí me dió dos besos, tan cercanos a mi boca que rozó sus labios con los míos, al tiempo que dejó el aroma de su perfume alojado en mi olfato. Todavía no había probado el vino, pero me sentí embriagada, azorada por ese ligero roce que seguramente se produjo sin él querer. Aparté rápidamente el asunto de mis pensamientos, pues lo realmente importante en esa noche éramos Zaccha y yo.

Estuvimos charlando amenamente mientras cenábamos, recordando nuestras batallitas desde que nos conocimos hasta ahora. El vino ayudó bastante para que la cena fuese divertida. Bebimos hasta que se acabó la botella. Yo no tengo costumbre de tomar alcohol, normalmente, con una cerveza me pongo tontita. Esas copas de vino provocaron que mirara a mi marido y le viera más atractivo que nunca, me sentía feliz a su lado, la mujer más enamorada del mundo. Zaccha tomó mi mano y la besó.

-Elizabeht. ¿Sabes qué..? Cuando te emborrachas estás preciosa.- Me dijo.

-No estoy borracha, estoy...a gusto, y deseando que estemos a solas. Quiero ponerme un lacito y ser tu regalo de aniversario.- Intenté poner mirada de vampiresa, pero creo que puse ojos de cordero por el efecto del vino. Zaccha se rio divertido.

-Voy a pagar la cena y despedirme de Paul antes de subir, ves llamando al ascensor, ahora te alcanzo.

Me levanté un poco mareada, fui hacia el ascensor y esperé a mi marido, Paul me saludó desde lejos y me lanzó un beso por el aire, creo que lo sentí posarse en mis labios. Noté que mis mejillas se ruborizaban como las de una adolescente, le devolví el beso sonriéndole.

Subimos hasta la planta décima besándonos, a punto de parar el ascensor y hacer el amor allí mismo, pero teníamos toda la noche por delante, y una habitación de lujo, con jacuzzi individual para nosotros solos.

-Si te apetece, podemos pedir ahora el champán y tomarnos una copa en el jacuzzi.- Sugirió Zaccha una vez que estuvimos en la habitación.

-¿Pretendes que pierda totalmente la consciencia para abusar de mí?- Le di la espalda para que bajara la cremallera de mi vestido.

-Solo quiero que esta noche sea inolvidable.- Me besó en los hombros mientras la bajaba. Dejó deslizar los tirantes lentamente por mis brazos y el vestido cayó con suavidad sobre el suelo. Apartó el pelo para susurrarme al oído.

-Nunca olvides que te amo princesa.- Sus labios se pasearon por mi cuello y sentí que podía empezar a derretirme en cualquier momento. Suspiré.

-¡Ufff..! ¡Será mejor que pidas el champán..! Te espero en el jacuzzi.

Acabé de desnudarme mientras él llamaba al servicio de habitaciones, arrojé la ropa interior encima del sillón y me dirigí al baño. Mientras me relajaba rodeada de efervescentes  burbujas, oí que llamaban a la puerta. Escuché voces en tono bajo, el sonido del carrito metálico del servicio de habitaciones mientras alguien lo empujaba hacia el salón, el ruido de un tapón al ser descorchado y tintineos suaves producidos por el choque de cristal contra cristal. Al momento entró mi marido con dos copas de champán frío. Maravillosa combinación... champán frío... jacuzzi templado... y besos ardientes. Empezaba a notar un calorcillo especial en los mofletes, un calorcillo que se extendía por todo mi cuerpo, y estuve a punto de tener el primer orgasmo de la noche.

Nos secamos y me puse un albornoz blanco, cortito, que me pareció muy sensual.  Dejaba ver mis largas piernas casi en su totalidad. Llevaba el logotipo del hotel bordado en  un bolsillo colocado en el pecho. Zaccha se enrolló una toalla a la cintura y nos sentamos en el sillón del salón a tomar otra copa de champán.

Cuando acabamos de beber esa segunda copa y sus efectos deshinibidores se hicieron notar, Zaccha me pidió que me sentara en una banqueta alta, que cogió de la barra de bar que había en el salón, la cual colocó en el centro de la estancia.

-Ven, súbete aquí. Quiero darte una sorpresa- Dijo.

Yo estaba intrigada por lo que se le podría haber ocurrido a su prolífica imaginación. Me senté en el taburete con la intención de ser sumisa. Colocó un antifaz de dormir sobre mis ojos. Esto empieza bien, pensé, no ver lo que me iba a hacer, producía en mí un cierto morbillo. Hubo un instante de silencio. Luego noté su presencia detrás de mí. Sus labios rozaron mi cuello, yo ladee la cabeza para que me besara por esa zona. Mientras lo hacía, dejó al descubierto mis hombros bajando ligeramente el albornoz hasta la mitad de la espalda. Siguió besándome por los hombros. Sus manos comenzaron a acariciarme por el centro de los omoplatos, para luego ir subiendo poco a poco hasta la nuca, sentí escalofríos. Descendieron por mis brazos hasta conseguir que el albornoz dejara de cubrirme los senos. Y las volvíó a subir, despacio, rozándome levemente hasta llegar de nuevo a los hombros. Desde ahí, noté deslizarse las yemas de sus dedos por mi pecho hasta el principio de los senos, dibujando pequeños círculos alrededor de mis pezones que ya se encontraban totalmente erectos y tan duros, que tuve la sensación de que podrían reventar en cualquier momento, y eso, que ni siquiera sus dedos habían tomado contacto con ellos.


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