El fruto prohibido

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En el momento de las grandes carcajadas, alguien quiso poner normas al juego. Fue el que parecía más fuerte. Momentos antes creyó que se burlaban de él y su cuerpo se llenó de sensaciones nuevas. Por eso abandonó el grupo y se refugió en la soledad. Sus compañeros, en cambio, se hacían extrañas bromas y la boca se alargaba y se abría emitiendo ruidos sorprendentemente contagiosos. Eran sus primeras carcajadas y nadie entendía lo que pasaba. 

Al anochecer cada uno de ellos se hundió en una profunda introspección. El más fuerte volvió y se le pudo ver lleno de cólera destrozando arbustos y gritando sin sentido, pero nadie se asustó. El anciano se tumbó en la hierba cerca de la hoguera y miró al cielo estrellado. Por primera vez aquellas luces de la noche parecían tener vida. Se movían creando extrañas imágenes que no entendía, pero las observaba maravillado con la sensación de que el cielo le estaba hablando. Su hija estaba recostada a pocos metros de él, observando sus manos y sus dedos con insólita sorpresa mientras sus ojos escupían unas extrañas gotas saladas. Había también dos jóvenes que miraban fijamente el fuego, observando el movimiento de las llamas. Uno de ellos empezó a imitar el bramido del lobo intercalándolo con sonidos guturales. Sacudió los brazos y empezó a dar vueltas sobre si mismo danzando alrededor de la hoguera. Su compañero lo observaba aturdido, rascándose la cabeza, estirándose del pelo y poniendo convulsas caras de alucinación. Se giró y vio al anciano que seguía tumbado, esta vez con los brazos levantados intentando tocar algo en la oscuridad, y a la chica mirando a la Luna con la cara empapada; y él se estaba preguntado qué es lo que pasaba. Una multitud de dudas le asaltaron y fue entonces cuando cogió ceniza de las brasas y garabateó en una gran roca una visión que se apoderó de su mente. Se tumbó y la observó fijamente durante largo rato hasta que cayó rendido por el sueño.

Transcurrió la noche y el grupo despertó cuando el Sol ya había salido. Se incorporaron con lentitud y lo que vieron a su alrededor les pareció más bello de lo habitual. Se miraron unos a otros y les vino a la mente un fugaz recuerdo de la experiencia del día anterior. Había algo extraño en el ambiente, pero pronto volvió la normalidad. La rutina del hambre les empujó a buscar algo de comida y mientras los hombres marcharon a cazar, la mujer fue a buscar esos extraños hongos que sirvieron de alimento el día anterior.


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