Sin ti, con tus recuerdos.

Tan sencillo como entender el amor de una madre por su hijo, o tan complicado como saber el por qué una persona mata por placer. Creí tenerlo todo muy claro, pero me equivoqué una vez más. Paseas por la calle, piensas, recuerdas, sonríes y reflexionas. Sonríes por todos esos recuerdos que invaden tu cabeza en escasos segundos. ¿Dónde se quedó aquella sonrisa de niña? Ni me acuerdo ya. Supongo que ahora toca seguir adelante sin ti y con tus recuerdos. En el fondo, no me arrepiento de nada, pero maldigo todo lo que pasó. Cada hora, cada minuto, cada segundo, cada palabra. Mentiría si digo que ya te he olvidado, que no siento nada cuando oigo tu voz o tu nombre, que no me acuerdo de tí cada día, porque sí, lo hago. Me acuerdo y me pregunto qué nos ha pasado, dónde han quedado todos los momentos de verano que pasamos juntos. A veces me paro a pensar, y llego a la conclusión de que quizá tú nunca me quisiste como yo lo hice. Me paro y me pregunto por qué no tuvimos el valor de pasar al siguiente nivel, de ser algo más. Y sigues caminando. Llegas a casa con los ojos llorosos por haber recordado todo aquello que pudo haber sido y no fue. Ahí esta tu madre. Sonríes, pero por dentro aún sigues muriendo lentamente. ¿Tan fácil es fingir que todo va bien? Al parecer, sí.