La Bestia

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La bestia se escondía detrás de un árbol a un lado de la calle donde la luz no llegaba y lo dejaba totalmente al amparo de la oscuridad, esperaba su momento. Deseaba salir y darse a conocer, era demasiado orgullosa para dejar que creyeran que era otro tipo de ser. Babeaba y sus ojos estaban perdidos en aquella mujer. Sólo deseaba acariciar su piel con el filo de sus utensilios, sus juguetes sádicos creados con sus propias manos.

Avanzaba la mujer a buen ritmo, parecía que tenía prisa por llegar a su hogar, no era hora para que una dama anduviera por las calles adoquinadas de una ciudad tan oscura y tétrica. La bestia escuchaba el taconeo de sus zapatos por la piedra de la acera, acercándose, la luz de las farolas parpadeaba mientras ella pasaba por delante sin darse cuenta que la bestia la acechaba.

Cruzo la esquina de final de la calle, la bestia emprendió su caza, era el momento de actuar. Solo necesitaba un callejón entre edificios y en esa calle había unos cuantos.

La mujer seguía a buen paso, ella empezó a notar un agobio indescriptible, era como si notara la presencia de aquella bestia echándole el aliento en su nuca, aceleró el paso más. Echó la mirada atrás y vio de reojo una sombra esconderse. Su ritmo cardíaco empezó a subir más, su respiración ya era rápida, pronto empezaría a ser entrecortada. Alzó sus ropajes para correr, su casa solo quedaba a dos manzanas, sus pensamientos en ese momento volaron para auto-criticarse por qué tardó tanto en casa de la familia Smith, claro ella lo sabía, el menor de los Smith coqueteaba con ella y eso le agradaba mucho. Oyó un paso muy cerca de ella, se giró y ya fue demasiado tarde... unas manos fuertes la apresaron y taparon su boca para que no pudiera chillar, sus patadas y sus puñetazos al aire no llegaban a la bestia, poco podrían hacerle. La bestia ya ansiaba el néctar rojo de su víctima, que bien se sentía cuando caía la sangre empapando las ropas de esas mujeres. El corazón de la mujer cada vez palpitando más lento, sus movimientos sin fuerza hasta llegar a ser un trapo de carne y ropas manchadas de sangre. La bestia seccionó con pulcritud su yugular, mientras la asfixiaba con un pañuelo de algodón metiéndoselo en la boca, a su vez la desplazaba hacia el contenedor de un callejón cerca, no había nadie por la calle, las tinieblas eran su hábitat, andaba sin problemas como pez en el agua. Tirada en el suelo la bestia aprovecho para desgarrar sus ropas y dejar al aire sus pechos manchados de la sangre que chorreaba de la herida en el cuello. La bestia palpitaba de placer, ansiaba ese momento de éxtasis y de auto realización. Pronto se desfiguró y cayó el placer, se oyó un ruido muy cercano, alguien caminaba por la zona. El ser despreciable alzó la vista y salió huyendo por una calle cercana, su necesidad no estaba saciada, deseaba saciarse una vez más, la no satisfacción lo llevó al enfado y la rabia, la próxima vez no se contendría.


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