Decapitation

El cuerpo descabezado del padre de Willy yacía exánime sobre el gélido cadalso de la plaza de la iglesia, ajusticiado sublevarse contra el rey Luís XVI.

Momentos antes de dicha ejecución, la plaza fue atestándose de todos los lugareños del pueblo. Entre ellos, se hallaban Leth, la esposa del reo, y sus vástagos, Willy y Llyod. En cuanto la plaza se hubo saturado de gentío, el acusado fue conducido junto a la guillotina. Cruzó una mirada con su familia preñada de pesar. Sus ojos ya no centellaban de ese azul intenso, pensó Willy; ahora, solo irradiaban una mirada mortecina, que iba camino de extinguirse como lo iba a hacer su vida.

El verdugo, un hombre fornido falto de piedad, dispuso con sumo cuidado el cuello del acusado en el centro de la guillotina. Acto seguido, se encaminó en dirección a la cuerda que sostenía la gran cuchilla de acero. Los asistentes enmudecieron: eran conscientes de lo que iba a acaecer. El verdugo soltó la cuerda y el filo de la cuchilla de acero se hundió en el grácil cuello del reo. El silencio era tal que aun se oía el crujir de las vértebras y el salpique de los chorros de sangre, que moteaban el atuendo del verdugo, ante el inexorable avance de la cuchilla. Este espeluznante sonido solo se vio ahogado por los gritos de Leth y sus vástagos.

Treinta años después de ese día funesto, Willy, con el semblante cubierto, sujetaba la cuerda de la guillotina que iba a poner fin a la vida de Luís XVI, ante la expectante mirada de los jubilosos asistentes. Solo tenía que dejar caer la cuchilla de acero sobre el cuello de ese despótico y despiadado soberano, y así dar paso a la era de la libertad y relegar al pasado los tiempos de injusticia y opresión.

Y así lo hizo.