Shandy

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Enviado el , clasificado en Drama
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El cobrizo del amanecer resplandecía sobre el horizonte plagado de nubes inflamadas por los rayos de un nuevo día, un nuevo comienzo. Este espectáculo no consigue desviar mi atención del enlutado cielo, triste; pues el sol parecía no dignarse a iluminar la totalidad de su belleza, ni Venus. La mañana aparentaba triste, yo lo estaba; pero soy feliz.

La tristeza es una dulce ponzoña que hace que te deleites de la soledad, te hace sentir humano, vivo, feliz. Es uno de esos pequeños placeres de la vida, efímera como un cigarrillo y, otras veces, intensa como el sexo.

Prosigo mi camino borracho de ese dulce dolor y amargo vodka. Las personas a mi alrededor tienen suficiente prisa por ir a trabajar como para no poder concederse un mísero minuto para apreciar el firmamento; no les envidio. He perdido el rumbo, mi norte, mi sur; mi Venus. Hoy mi mayor deseo es terminar de perder el este y el oeste, abrazarme a Morfeo entre sábanas y despertar en otro monótono aunque único amanecer. Estoy triste, pero soy feliz.

Me despierta el dorado intenso del mediodía colándose entre las cortinas. La habitación da vueltas y mi cama parece a la deriva en un océano castigado por tormentas tropicales. Hoy el meloso cantar de las golondrinas, más que fascinarme, me taladra la cabeza. Hoy mi Venus no me acompaña y por ello estoy triste, pero soy feliz.

Suena el tic tac metálico de las agujas del reloj.

Las sábanas me atan a la cama sin intención alguna de dejarme marchar; no me resisto. Al rato me levanto rezagado y con lentos movimientos me siento en el balcón. Solo el ruido del pasar de las páginas rompía aquel silencio. Enciendo un cigarrillo y continuo leyendo Pío Baroja.

Suena el tic tac metálico de las agujas del reloj.

Ya está atardeciendo, las tinieblas atrapan cualquier rayo de luz que despistado vaga a sus anchas. Me encuentro en compañía de tres amigas, Blanca, La Santa y Rubia. No... no está mi Venus. Estoy triste.

Sin mediar palabra acaricio con mis labios a Blanca, casi degustando por completo el amargo sabor de su carácter, a la vez que cojo a Rubia por la cintura e igualmente la guío hacia mi boca. La Santa espera paciente. Su perfume me enamora y me veo en la obligación de envolverla completamente solo con la yema de mis dedos. Jugueteo con mi lengua en su pegajosa piel en unos preliminares que hice que finalizaran de una vez.

Suena el tic tac metálico de las agujas del reloj.

La melena dorada y espumosa de Rubia me hipnotiza, pero no lo suficiente como para ignorar la tersa y vampírica tez de Blanca. Ambas eran lo más cercano a la perfección. Ambas amargas aunque habían conseguido endulzarme muchas situaciones con sabor a café solo. La santa era mi favorita. Me hacía vivir en una nube, ya que su voz tierna e inocente conseguía que me relajara, hacía divagar mi mente hacia un sin fin de absurdas fantasías; siempre con una sonrisa de quinceañera enamorada en mis labios. Pero no es mi Venus, por ello me siento triste; pero soy feliz.

Suena el tic tac metálico de las agujas del reloj.

Enciendo la radio para ausentar mi soledad y melancolía. Mis tres damas no me sacian pero me hacen disfrutar del placer por el placer; efímero e intenso a la vez. Me relajo sobre el colchón con mis chicas y disfruto al máximo de su última visita. Hoy es el último día y ya me siento extraño. Como en un viaje astral casi soy capaz de percibir la absoluta despersonalización, pero todavía queda noche por delante. Estoy triste, pero soy feliz.

Suena el tic tac metálico de las agujas del reloj.

Estoy triste, pero soy feliz. Perdí mi Venus pero encontré la salida, huir donde los sentimientos no puedan alcanzarme; por ello soy feliz. Mis tres viudas negras descansan haciendo acto de presencia. Estoy emprendiendo el camino a ese místico destino y en mi bolsillo no encuentro billete de vuelta.

El tic tac metálico de las agujas del reloj ya no suena. Se ha parado para siempre.


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