Manías del ser humano

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Andrea López Zanón.- Cuando miras a tu alrededor y tu única conclusión es que ya nada se puede hacer, empiezas a darte cuenta de que todo se acabó.

El mundo se ha vuelto loco. Pero loco de verdad.

Es cierto que la manía del ser humano por teorizar sobre todos los comportamientos habidos y por haber y sobre todas las malas costumbres que nosotros mismos vamos adquiriendo presos de los siete pecados capitales, que hoy por hoy se podrían contar por miles, ha existido siempre.

No obstante, a partir de los años treinta, y más evidente después de las grandes guerras, con aquello que alguien denominaba “la masa”, la voluntad de los intelectuales por clasificar todo el comportamiento humano llegó a límites insospechados.

Como si todas las personas, todos los individuos y todos los sentimientos de los mismos pudieran archivarse.

Es algo parecido a lo que pasa en el cambio de temporada: te plantas delante del armario de la habitación y extraes de él toda la ropa que has ido acumulando. Una vez la tienes encima de la cama la clasificas por tipos, frecuencia de uso, o incluso colores. Después de ese ejercicio solo te queda doblar y volver a colocar: lo que menos usas a un lado, lo que más usas a otro, lo que más te gusta a un lado, lo que menos te gusta a otro, y así sucesivamente.

Lo que aquí sucede es que una sudadera, por mucho que te guste, no puede sentir, no puede pensar ni mucho menos puede actuar por ella misma.

Nosotros sí. Entonces, ¿por qué clasificarnos, encasillarnos y archivarnos de ese modo?

Todo parece encontrar su razón de ser si apelamos a la necesidad intrínseca del ser humano por tener todas las situaciones controladas, por ser la causa y la solución, por ser el principio y el final.

Lo que no parecemos comprender es que nosotros no somos, ni mucho menos, la fuerza superior, la inteligencia llevada al extremo o la raza más inteligente de todos los tiempos.

Estamos demasiado lejos de eso.

No entendemos que no somos nosotros los que hacen que el sol salga y se esconda todos los días, que los mares continúen abofeteando a las piedras en los acantilados o que nuestro corazón siga latiendo.

Es la naturaleza y no otra la que guía nuestros comportamientos, es nuestro instinto animal, nuestro entorno, y en el momento en el que la raza humana quiso someter su voluntad a otro tipo de fuerzas, como las de carácter religioso, que no son otras cosas que intentos fallidos del hombre por teorizar, clasificar y dominar el origen del mundo, firmó su sentencia de muerte.

Nosotros nos debemos al aire que respiramos, al agua que brota de los manantiales y al alimento que nos da la Tierra.

Ni políticos, ni dioses ni individuos con complejo de héroes han creado nuestra especie.

Si es así, ¿por qué no alabar a lo que de verdad hace posible la vida en lugar de continuar con rituales absurdos y teorías obsoletas que no hacen si no que trastocar el sentido de la vida?

Lee más en www.niunsegundodesilencio.wordpress.com

Gracias ;)

Andrea


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