Me cambió la vida (parte XVI)

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Haberla visto allí, arrodillada tratando de satisfacerme con su boca, había sido para mí una sensación inenarrable. La veía tan bella, tan delicada, tan deseable. Había llegado a mis brazos con un halo de pureza y yo la estaba pervirtiendo. En mi mente trataba de convencerme que no era así la cosa. No había nada de impuro en nuestros actos porque todo el deseo salvaje que había sentido al principio, se iba convirtiendo paso a paso en amor. Sólo amor. Y en el amor, no hay nada mejor que brindarle felicidad a nuestro ser querido. Y yo estaba seguro que Mercedes se estaba sintiendo muy feliz a mi lado. Esta rara mezcla de culpa y contrición, al mismo tiempo alimentaba mi lujuria pero el deseo me nublaba la razón. Mis sentimientos eran un torbellino de incoherencias. Por un lado, quería hacer gozar a mi cuerpo con aquella criatura y, por otro, me negaba a hacer llegar hasta el final esos momentos de placer. Quería mantener dentro mío ese deseo, ese hambre, no satisfechos, para convertirlos en una lucha continua. Me asustaba el posterior reposo del guerrero. Y, al mismo tiempo, quería que ella me deseara. Siempre. Que nunca saciara sus apetitos. Que esperara algo nuevo de mí todos los días. Le temía a la rutina. Al acostumbramiento. Ya lo había padecido antes y no quería volver a padecerlo. Sabía que, cuando no tuviera algo nuevo para darle, se iría irremediablemente. Y de sólo pensar en ello ya estaba enloqueciendo.
De repente, toda mi fortaleza había sucumbido. Sabía que mi vida había cambiado.

 

En los días subsiguientes, la situación en la casa fue bastante anormal, pues los dos tratábamos de acostumbrarnos a nuestra nueva relación, sin desatender nuestras obligaciones. Yo, todavía sin saber qué pasos seguir con seguridad, por temor a equivocar el camino, trataba de no precipitar las cosas. Mi sobrina, que seguramente no entendía bien qué estaba pasando, adoptó una posición totalmente expectante, cediéndome a mí toda la iniciativa.

Yo, como siempre, iba a mi oficina y ella a sus cursos y nos encontrábamos por la noche a cenar juntos en casa, donde me ponía al tanto de todas sus actividades y me contaba las distintas anécdotas del día, asumiendo nuestro rol de tío-sobrina. Aunque los saludos ahora tenían un poco más de efusividad, yo trataba de esquivar en todo lo posible los momentos de demasiada intimidad.

Mi actitud tenía algo de juego y algo de defensa. Quería que ella se desorientara. Eso le crearía dudas y temores, obligándola a estar siempre pendiente de mis actos, esperando el momento de una definición. Y, en mi caso, mi pasividad se convertía en un acto de defensa, que me daría tiempo para ordenar mis pensamientos y mis proyectos para con ella.

La verdad era que no podía dejar de pensar en ella. En la oficina sólo pensaba en ella y esperaba ansiosamente que llegara el momento del regreso.

Cuando estábamos juntos, trataba de disimular mis sentimientos, pero cada vez se me hacía más difícil. Sabía que quedaba poco tiempo. No podría soportar mucho más ese aislamiento. Hacía enormes esfuerzos para mantener mi actitud ascética, mientras mi carne se laceraba al contemplar toda su hermosura tan al alcance de mi mano reprimida.

Una noche, al regresar y no verla esperando mi regreso como de costumbre, subí a su cuarto y, al entrar, la encontré tirada en la cama. Al notar mi presencia, hundió el rostro en la almohada tratando de ocultarlo. Me acerqué a ella y noté que sus hombros se sacudían mientras dejaba escapar un sollozo. Me senté a su lado y ella se enderezó echándome los brazos al cuello mientras me decía, con las mejillas surcadas por las lágrimas: “- Qué pasa, Juan?. Hice algo mal?. Te arrepentís de todo lo que me dijiste?. Yo te amo. Te amo con locura y si tú no me amas no me importa. Haré que mi amor alcance para los dos. Pero, quiero que me hagas tuya. No lo soporto más. Vos me hiciste sentir el placer por primera vez y ahora no puedo detenerme, quiero... necesito, que me hagas el amor. Y si quieres que no te hable de amor, voy a ser más directa, quiero que me cojas. Si no me quieres como tu mujer, como tu amante, haceme tu puta. No me importa. Sólo quiero estar con vos. Haceme lo que quieras. Soy toda tuya. Por favor”. Y rompió en un sonoro llanto.

Comprendí que había llegado el momento. Los próximos pasos serían los cruciales. A partir de allí, ingresaría en un laberinto de pasiones del que ya nunca podría escapar.

Sin responderle, porque no encontraría las palabras adecuadas, comencé a besarla frenéticamente, sorbiendo sus lágrimas. Ella, con violencia me fue despojando de mi camisa mientras me besaba el cuello y bajaba a mi pecho. Con manos temblorosas soltó el cinturón de mi pantalón y bajó el cierre de la bragueta, mientras dejaba escapar de sus labios una mezcla de risa y de llanto, rayano en la histeria. Con desesperación, hurgó con sus manos hasta dejar al aire mi miembro que ya estaba erecto y duro, mostrando las venas hinchadas como ramas. Sin darme tiempo a nada, se inclinó y empezó a chuparlo con una avidez casi demencial. Lo besaba, lo mordía, lo acariciaba, me apretaba los testículos con movimientos enajenados, mientras yo hacía grandes esfuerzos para no inundar su boca con mi semen.

Como pude, logré zafar de su boca y sus manos y, levantándome, terminé de sacarme lo que quedaba de ropa. Luego, la levanté tomándola de la cintura y la paré frente a mí. Ella se quedó quieta, dejándome hacer, mientras me miraba fijamente con los ojos enrojecidos. “- Haceme tu puta, Juan”.

“- En la cama te haré la más puta de las mujeres. Gozaré de tu cuerpo y tú gozaras del mío hasta morir si es necesario. Pero, en mi vida, serás mi mujer, mi única mujer, porque yo también te quiero. Estoy perdidamente enamorado de vos”.

Su rostro se iluminó irradiando felicidad. Y yo sentí dentro de mí cómo se cerraba un grueso grillete alrededor de mi cuello, cuya llave se sumergía en lo más profundo del océano. Ya no podría liberarme jamás de esas cadenas.

CONTINUARÁ........

Si alguna niña desea ser adoptada por mí como mi sobrina, escríbame a fjjcogh@yahoo.com.ar


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