La Doctora

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Llevo unos días que no soy yo misma, esta crisis está acabando con mi vida tranquila, tanta huelga, tanto problema en la sanidad están haciéndome polvo.

No paro en todo el día de ver enfermos, personas que se quejan, con dolores, con protestas, como si nosotros los médicos tuviéramos la culpa de lo que está pasando. Nosotros tan sólo hacemos nuestro trabajo lo mejor que podemos o lo mejor que nos dejan.

Para colmo, mi enfermera ha cogido una baja por depresión y mañana viene la nueva, vaya fastidio, tener que volver a adiestrar a alguien para que haga el trabajo como a mí me gusta.

A la salida de mi turno coincidí con otros compañeros que iban a tomar algo a un bar cercano del hospital. Me animaron a ir y les acompañé.

El garito en sí no estaba mal, quizás un poco cutre pero ya se sabe que los médicos residentes no ganamos lo que todo el mundo piensa. Estaba lleno de gente, todos o casi todos empleados del hospital, era como trasladar la plantilla al bar.

Después de las presentaciones pertinentes y los buitreos por parte de algún médico salido con ganas de marcha, me pedí una cerveza bien fría. Aquello me supo a gloria, cada trago de aquel líquido fresquito que bajaba por mi garganta enfriaba mi acalorado cuerpo y mi mente se relajaba.

El alcohol hacía efecto, provocando cierta desinhibición en mí, que necesitaba con urgencia. Pero el consumo de aquella bebida también provocó una necesidad primaria, es decir, ir al lavabo, y es lo que hice.

Me dirigí hacia los baños de señoras, que también parecían cutres. Al entrar me sorprendí encontrando unos sanitarios dignos de un restaurante de cinco tenedores. Una sala bien iluminada con un puff de cuero rojo central y una encimera con varios senos y espejos en todas las paredes, de suelo a techo, proporcionando una sensación de amplitud no real. En el lado contrario a la encimera estaban los inodoros colocados en cubículos individuales con su correspondiente puerta, todo decorado en blanco. Me quedé allí parada en el centro de aquella habitación observando todo embobada, no sé si por efecto del alcohol o por la diferencia entre el aspecto del baño en comparación con el aspecto del bar, hasta que el sonido de la puerta principal al abrir me sacó de mi aturdimiento.

Miré por el espejo y dije un hola mudo. Acababa de entrar la mujer más guapa que había visto nunca. Sus rasgos duros en contraste con la redondez de su cuerpo me sorprendió. Siempre he sido heterosexual pero su belleza me dejó sin palabras.

Ella sonrió y saludó con un gesto de cabeza. Entró en uno de los cubículos y cerró la puerta tras de sí con una delicadeza digna de un hada. Me recordó a las ninfas de los cuentos de cuando yo era niña, con el cabello lacio y largo de un negro azulado, sus pómulos bien marcados, su nariz recta y sus ojos azules intensos bajo unos arcos perfectamente cincelados.

Qué decir de esa boca…tan carnosa y rosada que daban ganas de besar.

¿Pero qué estoy pensando?, ¿Estoy tonta o qué?, por Dios soy hetero, pero…. es que esa mujer parece hecha para el placer.

Sin pensarlo más llamé a su puerta, sorprendida de mi misma.

Abrió y extendió su brazo para tocarme, con su mano acarició mi cuello atrayéndolo hacía ella, parecía que me estaba esperando; nuestras caras se quedaron a pocos centímetros. Podía oler su delicioso perfume, me enturbiaba y desinhibía y cuando me quise dar cuenta estaba en aquel habitáculo besando y tocando a aquella mujer.

Mis manos recorrían sus curvas redondas, su pecho generoso y blando. Mi boca dejó por un momento de besar aquellos labios dulces y comenzó una incursión hacía su cuello bajando hasta sus pechos que había desnudado hábilmente desabrochando aquellos botones.

Deslicé mi mano por entre su ropa hasta llegar a su sexo, encontrándomelo húmedo y caliente. No podía creer lo que estaba haciendo, estaba tocando a otra mujer. Sentirla mojada me excitó y un fuego interno proveniente desde mi interior se extendió en forma de escalofrío por todo mi cuerpo. Saque la mano y lamí su sabor salado de entre mis dedos.

Ella se dejaba hacer sumisa ante mi curiosidad todo lo que yo quería. Mordí sus pezones poniéndolos erectos y arrancando un gemido de su garganta. Se estremeció al desnudarla por completo. Bajé la tapa del inodoro y la senté con las piernas abiertas, dejando su sexo expuesto a mis exigencias.

Nunca había chupado a una mujer su intimidad, pero como si fuera una experta y ayudada por mis manos, abrí sus labios para llegar a su clítoris. Primero la besé despacio, luego con mi lengua firme comencé a moverla a un ritmo más notorio. Provoqué que aquel botón del amor creciera obligándome a subir de revoluciones, introduje dos dedos en su interior al mismo tiempo que seguía mi empeño en degustar aquel líquido que salía de su vagina. La llevé al orgasmo y me lo tragué todo. Sus fluidos pasaron de mi boca a mi garganta. Subí despacio hasta su cara y la besé, ella me devolvió el beso con avidez, hambre de mí y comenzó a desnudarme con premura, rozándome con sus manos y mordiéndome con su boca como yo hice antes. Me hizo estremecer, introdujo un dedo en mi vagina y apretó uno de mis pezones fuertemente, provocándome un dolor sexual que me llevó a lubricar más. Sin dejar de besarme, sus dedos expertos acariciaron mi ya enorme clítoris hasta hacerme estallar en oleadas de placer. Expedí un grito ahogado y me apoyé en una de las pareces jadeando con los ojos cerrados. Recuperando el aliento y muerta de vergüenza después de darme cuenta de lo que había pasado. Pasados unos minutos abrí los ojos, no estaba ella. Me recompuse, me vestí y frente al espejo me aseé lo mejor que pude.

Salí del baño en dirección a mis compañeros pero sin dejar de buscar a aquella mujer, había desaparecido.

La noche terminó sin más acontecimientos que los típicos de una velada entre colegas de trabajo borrachos. Me dormí pensando en ella.

Llegué temprano al despacho, esperando encontrar a mi nueva enfermera allí. Pero no fue así, comencé a revisar los expedientes de los enfermos citados para ese día por entretenerme.

Llamaron a la puerta, sin levantar los ojos de aquellos papeles di mi aprobación verbal para que entraran y la puerta se abrió despacio. Una voz dulce de mujer captó mi interés haciendo que levantara la mirada desde sus pies hasta su cara. Vestida de enfermera.

Era ella.


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