El perro negro(Parte 1)

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Nunca imagine que convivíamos con un ser perverso. En aquel tiempo vivía en S…pequeño pueblo apartado de la civilización y algo católico, se encontraba rodeado de una gran muralla montañosa, grandes bosques sombríos, matizados entre marrones y escarlatas, donde se abrían veredas para llegar a los pueblos aledaños.

En aquellos tiempos la mayoría de la gente era supersticiosa. No podía tenerse un gato negro, por temor a ser denunciado y morir ahorcado. Aunque en mayoría fueron mujeres las que pasaron por la orca, nunca estuvo exento el seductor de la esposa de fulano. Porque rápidamente lo denunciaban por actos de brujería. Varias decenas de víctimas culpables e inocentes perecieron en aquella cuerda diabólica.

Yo personalmente viví una situación inexplicable científicamente. No hay método alguno, que pueda descifrar el enigma que concierne a este suceso terrorífico, que continuación les relatare.

Fue una fría, oscura y lúgubre mañana de enero, cuando acompañe a mi papá, Pedro él vecino y un anciano que medio conocía por Carmelo,  pues recién había llegado al pueblo a causa de la persecución que había sufrido en su lugar natal. Nos dirigíamos a un retiro católico de tres días. Para llegar al punto de reunión, es necesario caminar durante cuatro horas a buen paso. La vereda por donde marchábamos, era espaciosa con cuarteaduras debido la falta de lluvias, y muchos pedruscos de abigarrados colores enterrados por las orillas del camino. A pesar de la briza invernal que zarandeaba nuestros cuerpos, dejándose oír  el castañetear de nuestros dientes. Al viejo Carmelo parecía no afectarle en nada. Caminaba muy campante y apenas abrigado con un suetercillo negro y harapiento.

El caminar constante era agotador, teníamos que descansar cada vez que cruzábamos un alambrado. En uno de esos descansos, me senté en una piedra situada bajo un gigantesco fresno, con las piernas encogidas y la cabeza apoyada en las rodillas, muy a gusto estaba, cuando en eso levante la vista, el viejo Carmelo me observaba fijamente. A mis catorce años me sentía muy valiente, pero aquella mirada caníbal, psicótica tan perturbadora, me dio escalofríos que recorrieron mi espina dorsal, y estremeciéndome aparte la mirada bruscamente asustado. Al instante pensé que quizás así eran las miradas de los ancianos, sombrías y pesadas por los años, pero más adelante comprendería todo.

Mi papá había ido a orinar junto a unos arbustos. Una vez que llego, dijo, nos levantáramos, pues se hacía tarde. Carmelo permaneció sentado y exclamo que se quedaría a descansar un rato más. Pedro le dijo que le esperaríamos, el viejo insistió en que nos fuéramos. El vecino volvió a insistir, pero el viejo Carmelo le devolvió una mirada irritada acompañada de una sonrisa malévola, sus ojos enrojecidos indicaban que no cedería y parecía que temblaba y no creo por el frio ya que demostró por un buen rato ser inmune al invierno.

Mi  padre miraba con simpatía al viejo, porque al parecer este último deseaba ser padrino de mi hermanita menor. Nadie de mi familia desconfiaba de él. Aunque por el pueblo se rumoraba que practicaba cosas oscuras. Solía visitarnos por las tardes en casa y nos llevaba plátanos, manzanas entre otras cosas. Mi abuelita no se comía las frutas, solía desconfiar mucho del viejo. Decía que él había profanado la tumba de su comadre. “El hecho realmente paso”. La señora fallecida era madrina de mi papá, y como andaba trabajando fuera no le fue posible asistir al entierro. Llego un día después y fue al panteón a dejarle una corona de flores.  Regreso aterrorizado y temblando, había encontrado el cadáver encima de la tumba con un agujero en el pecho “le arrancaron el corazón” –dijo-. A pesar de eso nunca se le pregunto nada al viejo, era realmente monstruoso pensar en un verdadero demonio el que había profanado el ataúd de la muerta. Nunca se supo quién había sido el profanador...


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